Viernes Santo



¿Todavía creés en los milagros?

Un nutrido grupo de personas camina lentamente por una calle empedrada. Adelante, unos soldados, con lanzas y cascos, llevan casi a rastras a un hombre joven atado y semidesnudo. Detrás unos barbudos vestidos de negro lo insultan. Más atrás muchas personas marchan calladas y unas mujeres lloran. Los vecinos siguen el cortejo y observan en silencio. El grupo se detiene frente a un sillón donde está sentado un señor con una brillante túnica roja. Se hace un silencio general. El señor pregunta en alta voz a la muchedumbre a quién liberar: ¿Barrabás o Jesús? “Barrabás, Barrabás”, grita la tribuna formando un coro. El grito es cada vez más fuerte e imparable.”Barrabás, Barrabás”. Cuando el coro se toma una pausa para respirar se oye un grito:“Jesús, liberen a Jesús”. Ahora todos se dan vuelta para ver quién se atreve a decir eso.

Estamos en una templada noche de fines de Marzo y la Iglesia de Nuestra Señora, de la ciudad de Pilar, organiza, como todos los años, una representación teatral, un “vía crucis” viviente. Cada año la obra sale mejor. Los actores son todos aficionados y trabajan para colaborar con la parroquia. Sin embargo, este año el que siempre hacía de Jesús no pudo estar. Hay un suplente. Su físico es perfecto para el papel pero no habla con nadie, tiene una mirada sufrida e impenetrable.

La que acaba de gritar es una mujer vestida de negro, que ahora tiene lágrimas en los ojos. Aprovechando el silencio repentino la mujer exclama a gritos: “Jesús es mi hijo, es mi hijo, no lo maten de nuevo”. Repite y llora. Ahora todos se sorprenden. Pobre mujer, una exaltada, una loca, una fanática religiosa, piensa la mayoría. Un policía se dirige a ella para apartarla del camino. “No la toquen, es María, mi madre”. Ahora el que grita, rompiendo el libreto, es el actor que representa a Jesús. Va corriendo hasta donde está la mujer y la abraza. Ambos lloran y permanecen abrazados. El policía intentan separarlos. Ellos no quieren. Hay forcejos. Algunas mujeres de la procesión rodean a la pareja para protegerla y evitar que los separen. Nunca hay que separar a una madre de su hijo. Nadie sabe qué hacer. Un soldado le dice a otro “Te dije que este nuevo Jesus era un loquito”. Ahora se conecta el altoparlante. “Señores, un poco de orden”, dice el cura con vos grave. “Ya está, fue un momento de gran emoción que todos pudimos sentir en la Primera Estación. Dejemos a esta buena señora seguir su camino y a nuestro Jesús le pedimos que vuelva al Vía Crucis que, como todos sabemos (enfatiza) es una representación religiosa organizada por la Parroquia”.

La pareja de madre e hijo no reacciona y sigue abrazada. “Yo tampoco quiero que lo maten, Jesús es muy bueno”, dice una niña con trenzas de unos diez años. Su hermana mayor repite la frase. Hay niños que lloran. Algunos de los presentes se ponen a gritar:
-¿Por qué hay que matarlo de nuevo, acaso no lo mataron ya hace 2000 años?
-“Ya sufrió demasiado, es suficiente”.
-“Murió y no sirvió para nada, el mundo está cada vez peor”.
-“No hizo nada malo, al contrario, ayudó a los pobres, no debe morir”.
-“Dios no debe permitir el sufrimiento de los inocentes”
Mientras tanto siguen los empujones y cada vez hay más gente que rodea a la pareja para protegerla.

De golpe se vuelve todo oscuridad. 
Se apagaron misteriosa y sorpresivamente todas las luces de la Ciudad y todos quedan sorprendido.
La escena del via crucis está apenas iluminada por las antorchas de los soldados.
Los rayos de la luna llena se concentran en esa pareja abrazada. 
Hacia allí confluyen todas las miradas desde la oscuridad y en un instante de silencio.
“Milagro, milagro” comienza a gritar una anciana que está siguiendo al vía crucis en silla de ruedas. “Milagro, milagro” grita un joven con discapacidad que ayuda en la parroquia. “Milagro, milagro” gritan  dos monjas jóvenes. También gritan los niños. Los adultos se quedan callados mirando a las dos personas abrazadas. El cura no atina a decir nada.

Ahora vuelven a prenderse las luces de la calle. La escena continúa pero todos están mas relajados. Se acerca corriendo un señor vestido de blanco y le dice algo al cura al oído. Éste sonríe, vuelve a tomar el micrófono y dice: “Señores, ya tenemos claro lo que pasa. Esta señora fue encontrada hace tres días por la policía sin documentos y diciendo ser la virgen María. Se escapó ayer de una institución psiquiátrica donde había sido internada según nos dice acá un enfermero. El joven que hace de Jesús apareció en la parroquia hace tres días para reemplazar al del año pasado, que está de viaje. Nos dijo que era un actor trashumante, que no tenía familia ni casa, que había perdido los documentos y lo alojamos en la parroquia. El corte general de luz es típico por la sobrecarga de los feriados. Todos hemos sido engañados. Les pido que volvamos a la normalidad y prosigamos nuestra procesión”.

Las palabras son recibidas como el aceite que aquieta el agua. Los forcejeos terminan y, poco a poco, el grupo que protegía a la pareja se va disgregando. Todos vuelven a sus lugares. Entonces pasa algo muy extraño. Al abrirse el círculo que los cobijaba ya no están ni “María” ni “Jesús”. ¿Fue un milagro? ¿Una ilusión? ¿Dos locos hábiles para desaparecer?
Hay un momento de sorpresa y silencio. A pedido del cura, el actor preparado para actuar de Cireneo pasa a ocupar el lugar del Jesús fugitivo, y el “vía crucis” puede retomar su marcha. Al fin y al cabo “el show debe seguir”.

Volvemos a caminar y todos sentimos un gran alivio. Estamos como liberados de una pesadilla. 
En el mundo de hoy se nos permite creer que Jesús era hijo de Dios, que fue muerto y que resucitó. Sin embargo, no está permitido creer en los milagros.
Como si dieran miedo…






P.D.: Podés encontrar otros cuentos, crónicas y relatos de viajes en este mismo blog


Comentarios

  1. Brillante Eduardo!!! Además de original la redacción te atrapa y no podía dejar de leer Felicitaciones

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  2. Brillante y atrapante relato ficcional

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  3. Gracias Eduardo, un texto trascendente como mejor insumo para este Viernes santo. Abz

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  4. Hermoso y mágico relato, Eduardo! Gracias por compartirlo! Cariños

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