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Mostrando entradas de enero, 2019

Ternura

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Dos al amanecer Abro los ojos lentamente. Estoy en la cama. Vos dormís profundamente a mi lado. No es de día ni de noche. Todo está en silencio. Apenas alguna calandria lo interrumpe de vez en cuando. Falta una hora para que el reloj marque el comienzo de las actividades. El inicio de otra jornada de trabajo con sus corridas, imprevistos y sobresaltos. Mi mente está en blanco y no puedo recordar lo que estuve soñando hasta recién. Me doy vuelta en la cama y busco tu cuerpo. Muy despacio te empiezo a abrazar. Siento la tibieza y la suavidad de tu piel. La paz de tu reposo. Me gustaría poseerte ahora pero no quiero despertarte. Ya llegará el momento. Vos sentís mi movimiento y, a pesar de estar dormida, te acomodas con ternura entre mis brazos. Ahora que estamos abrazados siento que vamos a soñar el mismo sueño. Que entramos en un estado donde nuestros cuerpos y almas van a dialogar en silencio y a sentirse como si fuéramos una sola persona. La ternura de apodera de mi y,

Puerto Montt y los volcanes.

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En nuestra última parada del crucero llegamos a Puerto Montt, una ciudad en la zona de los lagos chilenos, muy cercana a la de los lagos del sur argentino, con mayor humedad y vegetación. Desde el barco la ciudad se ve ligeramente elevada sobre una pendiente que da al mar. No hay rada y bajamos en los botes de desembarco. El mar está planchado porque la ciudad está al final de un canal, con tierra por un lado y la isla de Chiloé por el otro, como si fuera el fondo de un fiordo. Al desembarcar nuestro paquete de castañas de cajú no puede pasar por el control de alimentos, que es muy estricto. Subimos a un micro y empezamos la excursión con Alberto Roa, que será nuestro guía. Nos da la bienvenida y nos cuenta que este lugar era el límite sur de la tierra de los Mapuches al momento del tratado de paz con los blancos de 1881. Nos habla sobre el poema “La Araucana” del español Alonso de Ercilla, que cuenta del heroísmo y valores del pueblo Mapuche, cuyo nombre

Punta Arenas y Magallanes.

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El puerto de Punta Arenas no tiene una rada para barcos del tamaño del crucero, por lo que al llegar se fondea a cierta distancia, desde la que contemplamos el perfil de la ciudad. Sobresalen dos edificios altos, uno de la municipalidad y otro de la marina, y un moderno edificio circular y vidriado, que es un hotel de lujo. Los barcos y veleros anclados y los montes bajos que están atrás de la ciudad conforman una agradable visión. Bajamos temprano en los botes de desembarco del crucero. Nos alegra abordarlos para una visita turística y no como náufragos en una noche de tormenta, como casi nos pasa cuando intentamos llegar a Malvinas. Ya en la ciudad iniciamos una excursión en ómnibus donde Carlos será nuestro guía. En primer lugar nos lleva a un mirador panorámico, en el Monte de la Cruz, desde el cual se ven el centro de la ciudad y el puerto. Allí nos cuenta que Punta Arenas se fundó en 1848 como consecuencia del traslado del Fuerte Bulnes, que estaba a unos 58 kms

Ushuaia, en la Tierra del Fuego.

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El barco está en la rada del puerto y podemos bajar libremente en cualquier momento. De día la Ciudad no tiene la magia de la noche anterior, pero se siente una energía muy grande. Anunciaron lluvia pero en este momento hay sol y se refleja en la nieve de las montañas. Desayunamos temprano porque a las 15,30 tendremos que estar de vuelta a bordo. Caminamos por el puerto y luego de algunas averiguaciones conseguimos un taxi y nos vamos para hacer un viaje por el famoso tren del fin del mundo. El taxi avanza rápidamente por la ruta tres, que en esta parte es de ripio, y que termina un poco más adelante, en la frontera con Chile después de un trayecto de unos 3.500 kilómetros desde Buenos Aires. La estación del “Tren del Fin del Mundo” es de película. Quienes atienden están disfrazados de guardias antiguos y de presidiarios, con sus trajes a rayas horizontales azules y amarillas. Una asistente se acerca al taxi y nos remite a una fila. Luego de comprar los tickets espera

El Cabo de Hornos, en el fin del mundo.

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Otra vez nos despiertan por la mañana los altoparlantes del barco, pero ahora con una buena noticia: llegaremos al Cabo de Hornos a mediodía, varias horas antes de lo previsto. Durante el desayuno ya comenzamos a ver islas a la derecha del barco (estribor). El día está nublado pero el mar amaneció calmo y hasta ahora se mantiene así. Luego subimos hasta las cubiertas superiores para gozar del espectáculo de la naturaleza. Sopla mucho viento, hace frío y, por momentos, caen unas gotas de agua nieve, que mas tarde se convierten en leve llovizna que, a ratos para y vuelve a salir el sol. El mar sigue calmo pero el barco empieza a zarandearse por el choque de corrientes. En un determinado momento el barco cambia el rumbo y se mete entre varias islas, manteniendo siempre prudente distancia de la costa. Más allá se ve una línea formada por pequeñas olas. Son las que produce el encuentro entre el océano Atlántico y el Pacífico. Los colores son distintos y nunca se juntan sus aguas

Sin Malvinas, en un día muy movido y argentino.

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El barco se mueve durante toda la noche. Hay todo tipo de crujidos. Las perchas del placar danzan a toda velocidad. La puerta del baño quedó abierta, se golpea y hay que levantarse a trabarla. Cuesta dormir en estas condiciones. Nos aferramos a la idea de que el barco es insumergible, aunque lo mismo pensaban los pasajeros del Titanic. Por fin llega la mañana pero todo sigue igual. Ahora se pueden ver por la ventana las grandes olas y la espuma gris. El fuerte viento impide asomarse al balcón. A las ocho en punto se encienden los parlantes y, en inglés y en español, nos dan la noticia tan temida: Se suspende la parada en Malvinas. La prioridad es la seguridad de los pasajeros y, con un mar tan bravo, no se puede avanzar a la velocidad requerida para llegar en el tiempo previsto. El barco tuvo que cambiar su rumbo y ahora va a hacer un recorrido, a 100 kms. de distancia, pero paralelo a la costa, tratando de escapar al temporal. Cunde una enorme decepción en los casi 300

Puerto Madryn, naturaleza y mucho más.

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4/9.-A la mañana siguiente, muy temprano, empezamos a ver la costa. Son acantilados de cierta altura bañados por el mar. El sol los ilumina y nos muestra formas piramidales. Encima de ellos, una llanura interminable. Sopla el viento. Al rato entramos en Golfo Nuevo, una bahía donde el agua es muy azul, calma y transparente. Hay menos viento. Estamos llegando a Puerto Madryn. El crucero atraca en una extensa rada, paralela a la que ocupa la empresa “Aluar”. Salimos en ómnibus a recorrer la Península de Valdez. Es una excursión en inglés pero su guía, Bettina Blanch, una arquitecta argentina que vive en Madryn, nos contesta preguntas y nos cuenta historias en español fuera de micrófono.   Luego de un rato, después de algunas paradas para ver guanacos, ovejas y lechuzas en el desierto, nos detenemos en el Centro de Visitantes, ubicado en el itsmo Ameghino que separa a la península del continente. Allí, entre muchas cosas interesantes, nos llama la atención el gran esqu