Ushuaia, en la Tierra del Fuego.





El barco está en la rada del puerto y podemos bajar libremente en cualquier momento. De día la Ciudad no tiene la magia de la noche anterior, pero se siente una energía muy grande. Anunciaron lluvia pero en este momento hay sol y se refleja en la nieve de las montañas. Desayunamos temprano porque a las 15,30 tendremos que estar de vuelta a bordo.



Caminamos por el puerto y luego de algunas averiguaciones conseguimos un taxi y nos vamos para hacer un viaje por el famoso tren del fin del mundo. El taxi avanza rápidamente por la ruta tres, que en esta parte es de ripio, y que termina un poco más adelante, en la frontera con Chile después de un trayecto de unos 3.500 kilómetros desde Buenos Aires.
La estación del “Tren del Fin del Mundo” es de película. Quienes atienden están disfrazados de guardias antiguos y de presidiarios, con sus trajes a rayas horizontales azules y amarillas. Una asistente se acerca al taxi y nos remite a una fila. Luego de comprar los tickets esperamos en la estación que está muy bien decorada y ambientada. Compartimos la emoción con turistas de todo el mundo. Nos enorgullece la profesionalidad y el gusto de la organización.



Ahora el tren, que es bajo y angosto, con dos asientos por fila, va avanzando muy lentamente por el valle del río Pipa, cuyo nombre deriva de un presidiario que huyó y lo encontraron muerto en su lecho. En una parada salimos a caminar por el valle, subimos una pequeña cuesta y contemplamos la cascada Macarena. Luego seguimos viaje. En tres idiomas un locutor nos cuenta la historia del tren, que era la base para recolectar madera destinada a la cárcel y a la ciudad. También sobre las actividades y anécdotas de los presos. Nos sentimos transportados a esos duros momentos del pasado.


Cuando termina el viaje de ida, en medio del valle del monte Susana, en lugar de volver a la estación de salida conseguimos un taxi y hacemos un breve recorrido por el Parque Nacional Tierra del Fuego hasta el embarcadero, donde vemos la estafeta postal más austral del país, un símbolo de la presencia argentina. El sol se refleja en el agua.



De allí, con la misma taxista, vamos a visitar una de las casas de té que están montañas arriba, donde tomamos chocolate caliente. Están muy bien ambientadas con motivos alpinos que nos recuerdan a las de Bariloche.




De vuelta en el centro vamos a visitar al antiguo presidio, que hoy es un museo, no solo de la cárcel sino de historia local, antropología y naturaleza. El edificio, que consta de dos pisos de corredores diagonales donde hay celdas que dan a un lugar desde donde se puede controlar todo (“panóptico”) nos impresiona. Estuve antes pero eso no disminuye la emoción. Hacemos una visita guiada con Jorge, nuestro guía. En el tramo carcelario nos cuenta que la prisión se empezó a construir en el año 1902, que la hicieron los propios presos, que antes estaban en una cárcel en la Isla de los Estados, y que al principio iban a venir presos en forma voluntaria acompañados por sus familias como modo de poblar. Eso no pasó y todos los que vinieron fueron forzados. La cárcel la construyeron los propios presos y fue la base de crecimiento de la Ciudad. Hubo presos famosos como el político y escritor Ricardo Rojas; como el “Petiso Orejudo”, que era un asesino de niños e incendiario; y como Mateo Banks, quién mató a toda su familia y a dos empleados. Un caso especial fue el del anarquista ucraniano Simón Radowisky, quien había matado con una bomba al jefe de policía Ramón Falcón en 1909. Protagonizó una cinematográfica fuga pero fue re-recapturado. Muchos años después, en 1930, fue beneficiario de un indulto masivo y se fue a España a pelar en la guerra civil. También está la leyenda, nunca confirmada, de que Carlos Gardel estuvo aquí, basada en los dichos de un presidiario que lo habría escuchado cantar en uno de los barcos de traslado que volvían del Sur. No olvidemos que era cárcel de “reincidentes” o sea que por un segundo delito, sea cual fuera, te mandaban, nos dice Jorge. La cárcel fue cerrada en 1947 por las denuncias sobre excesos contra los presos, los que no se podían controlar.




Luego pasamos a un pabellón antropológico. Nos explica Jorge que los humanos llegaron a Tierra del Fuego hace unos 10.000 años, después de una larga caminata por la orilla del pacífico desde el norte de China (Manchuria). En la isla había cuatro razas al llegar los blancos. Los principales eran los “yámanas” (o yaganes) en el sur, que navegaban y pescaban, y los “onas” (o “selk´nam”) en el norte, que cazaban. Son los que hacían las fogatas que vio Magallanes cuando bautizó la zona como “Tierra del Fuego”. Nos cuenta que por aquí paso en 1830 el Beagle, un barco de bandera inglesa con propósitos científicos y geopolíticos. En su primer viaje, bajo el mando de Fitz Roy, tomó como rehenes a cuatro nativos por un pillaje y luego decidió llevarlos a Europa para una experiencia cultural. Entre ellos estaba un muchacho al que bautizaron “Jemmy Button”, quien aprendió bien el inglés, la religión y las costumbres británicas. Dos años después, en el segundo viaje del Beagle, donde venia Charles Darwin investigando sobre lo que después fue su teoría sobre “la evolución de las especies”, trajeron de vuelta a Jemmy a Tierra del Fuego pero éste lejos de transmitir a los de su raza la nueva cultura adquirida prefirió volver a su vida anterior. Vemos también una réplica del Faro de la Isla de los Estados, que inspiró a Julio Verne en su narrativa sobre el "Faro del fín de mundo".



En el pabellón histórico Jorge nos cuenta que los primeros pobladores blancos de Tierra del Fuego fueron misioneros anglicanos que venían de una misión en Malvinas. Uno de ellos, Allen Gardiner, había fundado en Londres la “Sociedad Misionera de Sudamérica” para ayudar y convertir a los salvajes a la religión. En 1850, luego de fracasar la misión y después de grandes penurias personales, naufragó en una isla y se refugió en una cueva. Cuando lo encontraron ya estaba muerto pero pudieron leer en su diario todas sus peripecias. Otro, el más importante, fue Tomas Bridges, quien en 1871 se instaló en la casa de un misionero anterior dando lugar a un primer núcleo de población en Ushuaia e hizo una importante tarea misionera no solo para cristianizar a los indios sino para darles abrigo y educación. También la misión funcionaba como hospital, centro de información para navegantes y de rescate y ayuda para los náufragos. Fue él quien elaboró un diccionario Yamana-Ingles con más de 32.000 palabras y tradujo textos bíblicos. Cuando se fundó oficialmente Ushuaia, en el año 1884, se le dieron tierras y creó una estancia a la que bautizó “Harberton”, que era el pueblo de su esposa, la que todavía se puede visitar.
La visita a la ciudad concluyó compartiendo un almuerzo en el restaurante “Tía Elvira”, frente al puerto, donde pudimos probar las exquisitas “centollas” locales y conversar con otra tía, Franca, la tía de Lucía que vive hace 38 años en Ushuaia y le encanta la Patagonia.







Ahora el crucero se empieza a alejar de la ciudad por el Canal del Beagle, para salir hacia el Pacífico y buscar el Estrecho de Magallanes. Glaciares y cascadas nos acompañan de ambos lados como un cortejo de despedida.





7/9. P.D.: Podés encontrar los demás relatos del viaje (son 9 en total), como así otras crónicas y cuentos en este mismo blog

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