El submarino
El submarino
Un nutrido grupo de hombres y
mujeres, con caras serias y en total silencio, caminan con paso tambaleante por
un largo pasillo. Siguen a un señor que lleva en sus manos una bandera
argentina plegada. No están borrachos ni mareados, aunque andan a los tumbos. Es
un martes por la mañana y ellos están en un crucero de turismo en medio de un
fuerte temporal en el Atlántico Sur. El mal tiempo ha obligado a cambiar de
rumbo y a cancelar la visita a las Islas Malvinas, programada para mañana. Pero
nada les va a impedir hacer su homenaje al submarino perdido mientras el buque
pasa justo por encima del lugar donde sus restos fueron hallados.
Hace un momento, en un salón
interior, se hizo un homenaje pronunciando los nombres de los 44 tripulantes.
Ahora, todos nos encontramos en la cubierta 7, del lado de la popa, donde no es
tan fuerte el viento. El capitán del barco está presente en el acto. La ceremonia es sencilla. Se abre la bandera y
44 pétalos de rosas caen sobre las olas, que los devoran de inmediato. El
contramaestre reza una oración. Luego alguien grita “Viva Argentina”. “Viva,
viva” todos contestan en un solo grito que, por un instante, parece silenciar
el rugido de las olas. Aparecen lágrimas en muchos rostros. Todos se quedan un
momento con la mirada fija en ese mar encrespado, que de azul pasó a gris, y en
esas olas gigantes que suben y bajElan como filosas cuchillas. Es el mismo mar
furioso que nos arrebató 44 vidas inocentes.
Ahora todos volvemos a las
rutinas de a bordo, hoy algo alteradas por los bruscos movimientos del barco.
El homenaje nos dolió, nos puso tristes, pero también fue una oportunidad de
rendir tributo a esos héroes anónimos que murieron cuidando la Patria. Por eso,
después del dolor y a pesar del temporal, estamos en paz.
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