Punta Arenas y Magallanes.






El puerto de Punta Arenas no tiene una rada para barcos del tamaño del crucero, por lo que al llegar se fondea a cierta distancia, desde la que contemplamos el perfil de la ciudad. Sobresalen dos edificios altos, uno de la municipalidad y otro de la marina, y un moderno edificio circular y vidriado, que es un hotel de lujo. Los barcos y veleros anclados y los montes bajos que están atrás de la ciudad conforman una agradable visión. Bajamos temprano en los botes de desembarco del crucero. Nos alegra abordarlos para una visita turística y no como náufragos en una noche de tormenta, como casi nos pasa cuando intentamos llegar a Malvinas.


Ya en la ciudad iniciamos una excursión en ómnibus donde Carlos será nuestro guía. En primer lugar nos lleva a un mirador panorámico, en el Monte de la Cruz, desde el cual se ven el centro de la ciudad y el puerto. Allí nos cuenta que Punta Arenas se fundó en 1848 como consecuencia del traslado del Fuerte Bulnes, que estaba a unos 58 kms. hacia el sur, lo que se hizo por el pésimo estado del Fuerte y buscando mejores condiciones climáticas.
Desde el mirador se puede ver alguna calle que todavía queda empedrada con adoquines por obra de los numerosos inmigrantes croatas que llegaron en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. También nos muestra el techo de la casa del poeta Francisco Coloane, autor del poema “El ovejero de mi tierra”, un personaje típico del lugar. La clave del ovejero es adiestrar al perro que lo ayuda, por lo que cuando se requirieron inmigrantes extranjeros la condición era que trajeran su perro con ellos.






Ahora volvemos al ómnibus y nos vamos hacia el museo marítimo. Es una propiedad privada donde un coleccionista ha reunido reproducciones perfectas de barcos famosos, a los que se puede visitar por dentro. El más importante es el “Victoria”, una “nao” con la cuál Fernando de Magallanes cruzó el estrecho, que bautizó de Todos los Santos, y Sebastián Elcano pudo volver a España dando la primera vuelta al mundo. La nave es hermosa, perfecta en sus detalles de época y emociona subir a bordo, penetrar en su sala de comando y bajar a sus bodegas. Es muy fuerte imaginar cómo sería viajar en ella. Adentro siento estar haciendo un viaje al siglo XVI, volver a ese mundo sin límites y lleno de aventuras. Me recuerda ese viaje en el tiempo que hice dentro de la pirámide de Keops. Nos cuenta Carlos que hay solo tres réplicas exactas en el mundo, una en San Julián, Argentina, otra en San Lucas de Barrameda, España y la tercera aquí. Otra nave emblemática que está aquí reproducida es el “Beagle”, en la que Charles Darwin viajó por todo el mundo en sus investigaciones científicas. También la visitamos con entusiasmo.



Volvemos al bus y empezamos a transitar la calle Bulnes, que es la más importante de la ciudad. Vamos hacia el norte. A medida que avanzamos Carlos nos cuenta historias. En primer lugar vemos un importante cementerio y nos dice que fue catalogado como uno de los más hermosos del mundo y agrega, en tono de broma, que en Punta Arenas hay más muertos que vivos, porque hay enterradas 160.000 personas mientras que la población es de 120.000. Dice que el cementerio habla sobre la gran riqueza que tuvo la ciudad en el pasado por tres causas principales. Una fue la fiebre del oro, descubierto por náufragos que buscaban agua en Cabo Vírgenes, la que atrajo a aventureros de todo el mundo. El principal fue el rumano Julios Popper, geólogo e ingeniero de minas, quien llegó a Buenos Aires en 1885, consiguió permisos y capitales, formó una compañía que contaba con guardias armados y uniformados y se dedicó a lavar oro en “El Páramo”. Otra causa fue el gran movimiento del puerto, que fue el paso más seguro entre los dos océanos hasta que se abrió el Canal de Panamá en 1914. La tercera fue el resultado de las enormes estancias ovinas que se formaron en Tierra del Fuego, cuyos dueños vivían en la zona. En el mismo cementerio está enterrado el último aborigen Selk-nam (Ona) de Tierra del Fuego. Muy triste.




Seguimos nuestro viaje y vemos en vivo a la estatua del mencionado “Ovejero fueguino”, donde se representa un paisano con su perro conduciendo una majada de ovejas. Luego vemos en enorme y moderno edificio de la Universidad de Magallanes. Es una universidad pública pero la matrícula es cara, nos aclara Carlos. Luego vemos flamear en una plaza una bandera que tiene un cielo con la cruz del sur y unas montañas dibujadas. Nos cuenta Carlos que es la bandera de la Patagonia chilena y que expresa la identidad de los respecto del resto del país. Fue ondeada con mucha pasión durante las protestas por la suba del precio del gas que hubo en 2010 y que, por suerte, se logró parar. Me cuenta que tiene semejanzas con la bandera de la Patagonia argentina.
Posteriormente nos lleva a visitar la “Zona Franca”, creada en 1977 y que ha hecho famosa a la ciudad. Está compuesta por varias manzanas donde existen enormes instalaciones con todo tipo de objetos para la venta sin impuestos, incluyendo automóviles. Damos un paseo por el interior y aprovechamos para comprar algunas cositas. En nuestra opinión los precios son más bajos que en otros lugares pero nada del otro mundo.
Después de almorzar vamos para la zona del centro. Vemos la estatua de un ángel y Carlos nos cuenta que recuerda al “abrazo del estrecho”, que tuvo lugar aquí en 1899, entre los presidentes argentino y chileno, Julio Roca y Federico Errázuriz, para superar diferencias derivadas del Tratado de Límites de 1881 y afianzar la amistad de ambos pueblos. Dicho abrazo fue reproducido cien años después en el mismo lugar por Carlos Menem y Eduardo Frei (h).



Ahora bajamos y estamos frente al Palacio Sara Braun. Es un precioso edificio francés terminado en el año 1899. Nos cuenta Carlos que hubo dos familias pioneras y que hicieron enormes fortunas en la zona con actividades tanto del lado chileno como argentino. Una fue la formada por José Menéndez, un asturiano casado en Buenos Aires con la uruguaya María Behety Chapital. La otra fue la del portugués José Nogueira, que en sus segundas nupcias se casó con Sara Braun, procedente de Rusia, quien siguió sus empresas a la muerte de su marido e hizo mucha beneficencia en la ciudad. El Palacio da a la Plaza de Armas, donde está el monumento a Magallanes, una estatua admirable en uno de cuyos lados hay un indio cuyo pié debe besarse para regresar. Los turistas hacen fila para hacerlo, como si fueran los pies del niño Jesús en una Navidad. Nosotros, por las dudas, también lo besamos a ver qué pasa...



El regreso al barco es muy lento y difícil. El mar está ahora muy picado y el viento es muy fuerte. La prefectura solo deja operar a cuatro lanchas para recogernos por lo que se forma una larga fila de espera. Después de más de una hora volvemos dando tumbos sobre las olas, como en una batidora, pero regresamos sanos y salvos de nuestra aventura en el Estrecho de Magallanes.



El día siguiente es un día de navegación pero entramos por los fiordos chilenos, hasta el fondo, para ver por un largo rato la belleza del glaciar "Amalia". Está cerca y al norte de Torres del Paine y en una zona al oeste de nuestro glaciar Perito Moreno. 





El Amalia está rodeado de picos nevados y aguas calmas donde vemos pasar delfines. La contemplación nos da mucha paz.










8/9. P.D.: Podés encontrar los demás relatos del viaje (son 9 en total), como así otras crónicas y cuentos en este mismo blog

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