La Providencia
¿Quién maneja tu vida?
Está lloviendo copiosamente sobre
la Ciudad. Faltan veinte minutos para las once y el tránsito avanza muy
lentamente por la avenida. En una esquina, unas personas esperan resignadas la
luz del semáforo para cruzar, cubriéndose como pueden. Están inmóviles,
tratando de mojarse lo menos posible. Entre ellas hay una anciana apoyada en un
bastón amarillo. Solo una persona se mueve nerviosamente de aquí para allá,
oteando a cada momento el horizonte citadino. Por momentos se baja a la calle
para ver mejor los autos que vienen a la distancia. Tiene el aspecto de un
cincuentón bien parecido pero con el rostro desencajado. Lleva un paraguas en
la mano, el que no pudo impedir que ya tenga los pies mojados. Es el
profesor Carlos Puentes y está desesperado.
Esta mañana se levantó bien temprano y se puso a repasar su conferencia sabiendo que antes de las once tenía que estar en la Facultad de Ingeniería. Hoy debe rendir una prueba de oposición en un concurso académico para nombrar a un nuevo profesor titular de su materia y la puerta del Aula Magna donde se hacer la prueba se cierra a las 11 horas sin excepción. Hace años que se está preparando para este momento. Hizo toda la carrera docente y hace mucho que es profesor adjunto en la misma cátedra de “Ciencia, Tecnología y Bioética”. Obtener ese cargo de profesor titular sería el gran reconocimiento de toda su carrera y la llave para su futuro. Podría ingresar al grupo de profesores destacados cuyas investigaciones se publican y viajar por el mundo dando conferencias. Además, cuando llegase el momento de la jubilación, podría retirarse debidamente reconocido y con un digno haber mensual.
Los minutos pasan y el taxi no aparece. Ahora Carlos está enfurecido consigo mismo. Bien pudo salir una hora antes y hacer el trayecto con tiempo. Al fin y al cabo son apenas veinte cuadras de su casa a la Facultad. Pero no. Primero planchó su mejor camisa y corbata y lustró sus zapatos nuevos. Luego preparó el portafolio de cuero negro que un colega le había traído de Harvard. Al final se quedó en su vieja computadora hasta último momento cambiando detalles del texto de su disertación para que fuera magistral. Es que necesita una pieza retórica contundente para vencer a su rival, Ricardo Ortíz de Rosas. Éste profesor, si bien es cinco años menor y tiene menos trayectoria docente, es un hombre de apellido tradicional y heredó una gran fortuna con la que pudo, sin esfuerzo, asistir a conferencias, relacionarse con el mundo académico y financiar la publicación de sus investigaciones. Además, Ricardo Ortíz de Rosas es el preferido de José Espósito, el presidente del Jurado, una persona de origen humilde, muy meritoria en su carrera, pero que se deslumbra ante los que tienen apellido y dinero. Para peor Ortiz de Rosas está en la misma línea de pensamiento que Espósito, contraria a la de Carlos. Para ellos las investigaciones y experimentos científicos deben expandirse sin límites mientras ahorren costos de producción y brinden ganancias a las empresas que las financian. En cambio, para Carlos, los descubrimientos científicos no deben ser continuados si su aplicación es contraria a los valores morales, a los derechos humanos o al cuidado del planeta. Precisamente sobre esto versa la disertación que preparó para concursar.
Una pequeña luz roja y azul aparece en el parabrisas de un auto al final de la calle. El corazón de Carlos se acelera. Se baja a la calle y empieza a hacer señales. El taxi se acerca y enciende las balizas. ¡Lo logré! piensa Carlos. Mientras el auto se va acercando, Carlos se da cuenta de que lo que está ocurriendo no es nuevo en su vida. Cuando era niño un cura le había contado sobre la “Divina Providencia”, ese poder de Dios de ayudar a las personas justo en el momento en que están en peligro mediante la producción de un hecho inesperado. Pero le había advertido que la Providencia solo operaba cuando la gente tenía fe en ella. Si bien cuando fue grande abandonó las prácticas religiosas, mantuvo viva la fe en la Providencia y, hasta ahora, nunca le había fallado. Es más, creía tanto en ella que, muchas veces, se entregaba a lo que el destino le deparara sabiendo que todo iba a ser bueno. Por ejemplo, yendo hacia la Facultad, salía con mucho tiempo y caminaba sin detenerse siguiendo el camino que le marcaba la luz verde de cada semáforo, disfrutando el recorrido aunque tuviera que dar una larga vuelta porque siempre encontraba alguna belleza desconocida en la Ciudad. También cada vez que pasaba frente a una librería, se fijaba en el libro que estuviera colocado en el extremo más lejano del centro de la vidriera y, si no era de ficción, lo compraba y lo leía. Fue así que se fue formando una cultura personal y una visión del mundo. También la Providencia lo había protegido muchas veces. Había tenido dos parejas convivientes con las que había pensado en casarse y tener hijos. Pero cada vez que se había acercado la fecha fijada para la boda algún hecho inesperado y aparentemente casual le evidenció que debía terminar la relación. Así, por una carta caída debajo de la cama y por un frasco en una bolsa de basura que se rompió, pudo comprobar la infidelidad de una y la adicción de otra. También fue la Providencia la que lo hizo encontrar a Ana, una joven profesora con la que hace unos meses está de novio. La conoció tomando un café en el bar de enfrente de la Facultad un día que estaba cerrada por “desinfección” y ellos dos eran los únicos profesores que no habían recibido el aviso. Hoy, es un momento crucial para su carrera y, otra vez, la Providencia lo está ayudando.
Para sorpresa de Carlos, el taxi sobrepasa el lugar donde está parado y se detiene un par de metros más adelante. En seguida, la anciana de bastón amarillo se acerca al rodado y toma la manija de la puerta para subir. Carlos se desespera, se pone al lado de la puerta y grita “Es mi taxi, es mi taxi”. La anciana lo mira estupefacta y se paraliza. Enseguida interviene el taxista y dice que él vio primero la señal de la anciana, que había levantado el bastón amarillo a espaldas de Carlos. Agrega, ya enojado, que no entiende como un señor de traje y corbata pretende robarle el taxi a una anciana un día de lluvia. Ella sonríe triunfante y sube al auto. Carlos queda abochornado, no puede creer lo que hizo. Por primera vez se encuentra perdido. Fue un grosero y un mal educado. Perdió la línea y, además, está a punto de perder la chance de ascender en su carrera.
Un bocinazo a sus espaldas lo sobresalta. Es de un auto verde conducido por una joven morena. La muchacha le sonríe, gesticula la palabra “Uber” y le hace señas para que se apure a subir. Ahora Carlos ya está sentado junto a la conductora. Mientras su vida va recobrando sentido piensa “La Providencia aprieta pero no ahorca”. Se ríe por dentro. Está feliz. En cinco minutos llegará a destino. Le cuenta brevemente su historia a Sandra, que así se llama la chofer, y le dice que ella forma parte del plan protectorio de la Providencia.
Ella lo escucha atentamente y enseguida se echa a reír.
-Estás totalmente equivocado Carlos. Me entró en el app. de la empresa un mensaje cifrado de la agencia haciéndome saber que aquí estaba un señor de traje esperando un taxi.
Ante la mirada incrédula de Carlos, Sandra le explica que, hoy por hoy, la web conoce y controla todos nuestros movimientos. Gracias a que usamos computadoras conectadas, celulares inteligentes, participamos en redes sociales, usamos tarjetas de crédito y compramos por la web, las empresas que manejan datos no solo poseen nuestra información personal sino que también conocen nuestras preferencias comerciales y políticas para vendernos o hacernos votar a quienes ellas quieren. Lo sabe porque trabajó un tiempo en Google. Pero, además, como hay cámaras de seguridad en las calles algunas llevan el registro de nuestros movimientos en tiempo real. Agrega que, seguramente, consta en el historial web de Carlos dónde vive y dónde trabaja, a qué hora dejó hoy de usar su computadora y a qué hora empieza el concurso en la Facultad. Con esos datos, y usando un algoritmo, una máquina pudo calcular que no tenía tiempo de ir caminando y que iba a necesitar un taxi en un día de lluvia. Es así que seguramente el robot habría disparado el aviso a la central automática de “Uber”, que fue quien le mandó a ella el mensaje cifrado
También le dice que, seguramente, todo lo que le pasó antes en la vida no era obra de providencia alguna sino de meras casualidades.
Carlos está ahora muy confundido. No sabe qué pensar y se mantiene en silencio.
-La “providencia” no existe Carlos. Las cosas pasan por mera casualidad o porque el “Big Data” está operando para venderte algo, concluye Sandra con la autoridad de una maestra que acaba de dar una lección sobre la redondez de la tierra.
Carlos sigue en silencio sin atinar a contestar nada. Siente que su mente entró en un cono de sombra.
Cuando el vehículo llega a la Facultad, paga, saluda y se baja rápido.
En la puerta de la Facultad está Ana esperándolo. Se la ve muy nerviosa.
-Menos mal que llegaste Carlos, apuremos que faltan apenas cinco minutos.
Carlos se alegra mucho de verla, la besa y camina con ella rápidamente hacia el interior del edificio. Todavía se siente un autómata.
-Estaba muy preocupada por vos. Llamé a tu casa y no contestabas, se ve que ya habías salido. Como no tenés celular ni usás internet no tenia forma de comunicarme ni saber qué te pasaba, dice Ana.
-No podés seguir viviendo así totalmente desconectado de la tecnología en plena era digital, con una computadora no conectada a la web y sin tener siquiera una tarjeta de crédito, le reprocha.
-Mañana mismo te regalo un celular y lo vas a tener que usar, concluye Ana.
Mientras van subiendo las escaleras hacia el Aula Magna el cerebro de Carlos repite una y otra vez las palabras de Ana. Si no tiene historial en la web mal podría ella estarlo manipulando.
Cuando llegan arriba su mente ya está clara de nuevo. Siente que recobró el control. Solo la Providencia dirige su vida.
La puerta todavía está abierta y Carlos sonríe.
¡Ahora sí está seguro de que va ganar el concurso!Esta mañana se levantó bien temprano y se puso a repasar su conferencia sabiendo que antes de las once tenía que estar en la Facultad de Ingeniería. Hoy debe rendir una prueba de oposición en un concurso académico para nombrar a un nuevo profesor titular de su materia y la puerta del Aula Magna donde se hacer la prueba se cierra a las 11 horas sin excepción. Hace años que se está preparando para este momento. Hizo toda la carrera docente y hace mucho que es profesor adjunto en la misma cátedra de “Ciencia, Tecnología y Bioética”. Obtener ese cargo de profesor titular sería el gran reconocimiento de toda su carrera y la llave para su futuro. Podría ingresar al grupo de profesores destacados cuyas investigaciones se publican y viajar por el mundo dando conferencias. Además, cuando llegase el momento de la jubilación, podría retirarse debidamente reconocido y con un digno haber mensual.
Los minutos pasan y el taxi no aparece. Ahora Carlos está enfurecido consigo mismo. Bien pudo salir una hora antes y hacer el trayecto con tiempo. Al fin y al cabo son apenas veinte cuadras de su casa a la Facultad. Pero no. Primero planchó su mejor camisa y corbata y lustró sus zapatos nuevos. Luego preparó el portafolio de cuero negro que un colega le había traído de Harvard. Al final se quedó en su vieja computadora hasta último momento cambiando detalles del texto de su disertación para que fuera magistral. Es que necesita una pieza retórica contundente para vencer a su rival, Ricardo Ortíz de Rosas. Éste profesor, si bien es cinco años menor y tiene menos trayectoria docente, es un hombre de apellido tradicional y heredó una gran fortuna con la que pudo, sin esfuerzo, asistir a conferencias, relacionarse con el mundo académico y financiar la publicación de sus investigaciones. Además, Ricardo Ortíz de Rosas es el preferido de José Espósito, el presidente del Jurado, una persona de origen humilde, muy meritoria en su carrera, pero que se deslumbra ante los que tienen apellido y dinero. Para peor Ortiz de Rosas está en la misma línea de pensamiento que Espósito, contraria a la de Carlos. Para ellos las investigaciones y experimentos científicos deben expandirse sin límites mientras ahorren costos de producción y brinden ganancias a las empresas que las financian. En cambio, para Carlos, los descubrimientos científicos no deben ser continuados si su aplicación es contraria a los valores morales, a los derechos humanos o al cuidado del planeta. Precisamente sobre esto versa la disertación que preparó para concursar.
Una pequeña luz roja y azul aparece en el parabrisas de un auto al final de la calle. El corazón de Carlos se acelera. Se baja a la calle y empieza a hacer señales. El taxi se acerca y enciende las balizas. ¡Lo logré! piensa Carlos. Mientras el auto se va acercando, Carlos se da cuenta de que lo que está ocurriendo no es nuevo en su vida. Cuando era niño un cura le había contado sobre la “Divina Providencia”, ese poder de Dios de ayudar a las personas justo en el momento en que están en peligro mediante la producción de un hecho inesperado. Pero le había advertido que la Providencia solo operaba cuando la gente tenía fe en ella. Si bien cuando fue grande abandonó las prácticas religiosas, mantuvo viva la fe en la Providencia y, hasta ahora, nunca le había fallado. Es más, creía tanto en ella que, muchas veces, se entregaba a lo que el destino le deparara sabiendo que todo iba a ser bueno. Por ejemplo, yendo hacia la Facultad, salía con mucho tiempo y caminaba sin detenerse siguiendo el camino que le marcaba la luz verde de cada semáforo, disfrutando el recorrido aunque tuviera que dar una larga vuelta porque siempre encontraba alguna belleza desconocida en la Ciudad. También cada vez que pasaba frente a una librería, se fijaba en el libro que estuviera colocado en el extremo más lejano del centro de la vidriera y, si no era de ficción, lo compraba y lo leía. Fue así que se fue formando una cultura personal y una visión del mundo. También la Providencia lo había protegido muchas veces. Había tenido dos parejas convivientes con las que había pensado en casarse y tener hijos. Pero cada vez que se había acercado la fecha fijada para la boda algún hecho inesperado y aparentemente casual le evidenció que debía terminar la relación. Así, por una carta caída debajo de la cama y por un frasco en una bolsa de basura que se rompió, pudo comprobar la infidelidad de una y la adicción de otra. También fue la Providencia la que lo hizo encontrar a Ana, una joven profesora con la que hace unos meses está de novio. La conoció tomando un café en el bar de enfrente de la Facultad un día que estaba cerrada por “desinfección” y ellos dos eran los únicos profesores que no habían recibido el aviso. Hoy, es un momento crucial para su carrera y, otra vez, la Providencia lo está ayudando.
Para sorpresa de Carlos, el taxi sobrepasa el lugar donde está parado y se detiene un par de metros más adelante. En seguida, la anciana de bastón amarillo se acerca al rodado y toma la manija de la puerta para subir. Carlos se desespera, se pone al lado de la puerta y grita “Es mi taxi, es mi taxi”. La anciana lo mira estupefacta y se paraliza. Enseguida interviene el taxista y dice que él vio primero la señal de la anciana, que había levantado el bastón amarillo a espaldas de Carlos. Agrega, ya enojado, que no entiende como un señor de traje y corbata pretende robarle el taxi a una anciana un día de lluvia. Ella sonríe triunfante y sube al auto. Carlos queda abochornado, no puede creer lo que hizo. Por primera vez se encuentra perdido. Fue un grosero y un mal educado. Perdió la línea y, además, está a punto de perder la chance de ascender en su carrera.
Un bocinazo a sus espaldas lo sobresalta. Es de un auto verde conducido por una joven morena. La muchacha le sonríe, gesticula la palabra “Uber” y le hace señas para que se apure a subir. Ahora Carlos ya está sentado junto a la conductora. Mientras su vida va recobrando sentido piensa “La Providencia aprieta pero no ahorca”. Se ríe por dentro. Está feliz. En cinco minutos llegará a destino. Le cuenta brevemente su historia a Sandra, que así se llama la chofer, y le dice que ella forma parte del plan protectorio de la Providencia.
Ella lo escucha atentamente y enseguida se echa a reír.
-Estás totalmente equivocado Carlos. Me entró en el app. de la empresa un mensaje cifrado de la agencia haciéndome saber que aquí estaba un señor de traje esperando un taxi.
Ante la mirada incrédula de Carlos, Sandra le explica que, hoy por hoy, la web conoce y controla todos nuestros movimientos. Gracias a que usamos computadoras conectadas, celulares inteligentes, participamos en redes sociales, usamos tarjetas de crédito y compramos por la web, las empresas que manejan datos no solo poseen nuestra información personal sino que también conocen nuestras preferencias comerciales y políticas para vendernos o hacernos votar a quienes ellas quieren. Lo sabe porque trabajó un tiempo en Google. Pero, además, como hay cámaras de seguridad en las calles algunas llevan el registro de nuestros movimientos en tiempo real. Agrega que, seguramente, consta en el historial web de Carlos dónde vive y dónde trabaja, a qué hora dejó hoy de usar su computadora y a qué hora empieza el concurso en la Facultad. Con esos datos, y usando un algoritmo, una máquina pudo calcular que no tenía tiempo de ir caminando y que iba a necesitar un taxi en un día de lluvia. Es así que seguramente el robot habría disparado el aviso a la central automática de “Uber”, que fue quien le mandó a ella el mensaje cifrado
También le dice que, seguramente, todo lo que le pasó antes en la vida no era obra de providencia alguna sino de meras casualidades.
Carlos está ahora muy confundido. No sabe qué pensar y se mantiene en silencio.
-La “providencia” no existe Carlos. Las cosas pasan por mera casualidad o porque el “Big Data” está operando para venderte algo, concluye Sandra con la autoridad de una maestra que acaba de dar una lección sobre la redondez de la tierra.
Carlos sigue en silencio sin atinar a contestar nada. Siente que su mente entró en un cono de sombra.
Cuando el vehículo llega a la Facultad, paga, saluda y se baja rápido.
En la puerta de la Facultad está Ana esperándolo. Se la ve muy nerviosa.
-Menos mal que llegaste Carlos, apuremos que faltan apenas cinco minutos.
Carlos se alegra mucho de verla, la besa y camina con ella rápidamente hacia el interior del edificio. Todavía se siente un autómata.
-Estaba muy preocupada por vos. Llamé a tu casa y no contestabas, se ve que ya habías salido. Como no tenés celular ni usás internet no tenia forma de comunicarme ni saber qué te pasaba, dice Ana.
-No podés seguir viviendo así totalmente desconectado de la tecnología en plena era digital, con una computadora no conectada a la web y sin tener siquiera una tarjeta de crédito, le reprocha.
-Mañana mismo te regalo un celular y lo vas a tener que usar, concluye Ana.
Mientras van subiendo las escaleras hacia el Aula Magna el cerebro de Carlos repite una y otra vez las palabras de Ana. Si no tiene historial en la web mal podría ella estarlo manipulando.
Cuando llegan arriba su mente ya está clara de nuevo. Siente que recobró el control. Solo la Providencia dirige su vida.
La puerta todavía está abierta y Carlos sonríe.
Muy buena.
ResponderEliminarMe encantó ! Entiendo la importancia de la tecnología ,pero igual sigo creyendo en la Providencia.Me acompañó a lo largo de toda mi vida .
ResponderEliminarCoincido. Muchas gracias
EliminarExcelente. La providencia tambien existe.
ResponderEliminarSiiiii
EliminarExcelente
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarLa Divina providencia encuentra formas diversas y misteriosas. Un mensaje o un llamado " equivocado" puede ajustar nuestro camino a los planes de Dios.
ResponderEliminarComparto. Gracias.
EliminarMe gusto Eduardo te noto más abierto , reflexivo como siempre Y lo Principal : buena persona / te quiero mucho / espero comamos o mientras dure la pandemia un zoom
ResponderEliminar/ Abrazo gigante y bendición/ Marcelo
Abrazo Marcelo.
EliminarExcelente!!! Cuanta mayor FE tenemos, la Divina Providencia se manifiesta en grandes y
ResponderEliminarhasta en pequeñas situaciones de nuestras vidas....
Interesantes cuentos!!!!!! Muy buena descripción!!!!!
ResponderEliminarEduardo, muy buena la selección de temas que tocas, felicitaciones
ResponderEliminarMuchas gracias.
EliminarLo que aquí llaman providencia, para mí es una cuestión de lo que llamamos suerte. De Cisnes Negros, que pueden ser buenos o malos. Son diferentes las posibilidades de acuerdo al lugar de nacimiento, a la época en que nos toca vivir, a la familia en que nacemos, y a nuestras propias capacidades y esfuerzos. Einstein o Bohr, hubieran sido nadie si hubieran nacido 1000 años antes, sin desconocer por eso, que fueron geniales. Bill Gate ha dicho con gran honestidad, " FUI LA PERSONA ADECUADA EN EL MOMENTO ADECUADO. Y lo digo sin desconocer que es una persona con características excepcionales. Los Cisnes Negros (hechos excepcionales e inesperados), pueden modificar el rumbo de nuestras vidas. En países que funcionen bien, las capacidades y los esfuerzos de las personas, pueden hacer mucho por impulsar o frenar el rumbo de sus vidas.
ResponderEliminarMuchas gracias Yoyano por tu comentario divergente que ayuda al debate. La suerte es muy importante en la vida pero algunos creemos que hay algo más. Saludos.
Eliminarmuy bueno!
ResponderEliminarMuchas gracias amor.
EliminarMe gusto mucho tu cuento corto, en el cual logras que el personaje transite de la fe absoluta a la confusión y seguidamente, a la recuperación de su fe originaria en la divina providencia. Muy bueno
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.
EliminarMe gustó mucho el cuento. Me invitó a la reflexión sobre las creencias. ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarImpresiona el Alma, gracias por compartir la inefable belleza de la Vida más abundante.
ResponderEliminarAbrazo y gracias Hector
EliminarTodo resulta interesante pero se omite un aspecto que muchos como yo sufrimos con gran dificultad a los 86 años. Se trata de los problemas médicos, reuma, cadera, enfisema, audición, Odontologia. Cuando la vejez viene acompañada con dolor no hay Quatar que te amortigüe la edad.
ResponderEliminarComprendo. Gracias
EliminarMe olvidé de los olvidos y mareos
ResponderEliminarQue bueno. Gracias
EliminarNunca logré ser imparcial cuando analizo tu rico camino. Y no voy siquiera intentar serlo ahora. Te admiré, te quise y te quiero profundamente.Cómo diría un futbolero, un jugador más que distinto. Invariablemente nos enseñaste a pensar y ser mejores personas. Fue un honor haberte conocido y compartir una porción de nuestras vidas. Gracias a Dios.
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarUna vez más felicitaciones por la claridad, interés y docencia de todos estos mensajes relativos a los ex adolescentes.
ResponderEliminarAbrazo Jaime
Eliminarque lindo cuento. Muestra lo poco que controlamos. No se si Carlos gano el concurso, lo que si gano es autoestima y confianza
ResponderEliminarMuchas gracias
Eliminar