Sin Malvinas, en un día muy movido y argentino.








El barco se mueve durante toda la noche. Hay todo tipo de crujidos. Las perchas del placar danzan a toda velocidad. La puerta del baño quedó abierta, se golpea y hay que levantarse a trabarla. Cuesta dormir en estas condiciones. Nos aferramos a la idea de que el barco es insumergible, aunque lo mismo pensaban los pasajeros del Titanic. Por fin llega la mañana pero todo sigue igual. Ahora se pueden ver por la ventana las grandes olas y la espuma gris. El fuerte viento impide asomarse al balcón. A las ocho en punto se encienden los parlantes y, en inglés y en español, nos dan la noticia tan temida: Se suspende la parada en Malvinas. La prioridad es la seguridad de los pasajeros y, con un mar tan bravo, no se puede avanzar a la velocidad requerida para llegar en el tiempo previsto. El barco tuvo que cambiar su rumbo y ahora va a hacer un recorrido, a 100 kms. de distancia, pero paralelo a la costa, tratando de escapar al temporal.
Cunde una enorme decepción en los casi 300 argentinos a bordo. Ni que hablar del caso de algunos veteranos de guerra que, con sus familias, se preparaban a volver por primera vez para cerrar la herida. He compartido el mate con muchos de ellos y me duele profundamente su decepción. Por mi parte, a pesar de no haber combatido, viví tan cerca la guerra a mis 30 años que es también mi asignatura pendiente ir a conocer las islas y brindar un tributo a esos héroes allí enterrados. Leí muchos libros de distintos autores y enfoques, vi algunos videos ingleses y argentinos, me preparé para tratar de comprender las causas, de conocer las batallas y de avizorar el porvenir. No será ahora, pero me prometo a mí mismo que haré otro intento. Parece que de aquí en más será posible ir por avión. En la amargura de la decepción solo me da consuelo esa esperanza. También la creencia de que todo tiene una causa, un sentido, una finalidad, incluso aquello que hoy frustra nuestros planes.



El barco se sigue moviendo mucho. Estamos todavía en alta mar y pasando cerca del lugar donde el desaparecido submarino, ARA San Juan, fue localizado en el lecho marino. Ante el pedido de un pasajero argentino, artillero retirado, se autoriza un homenaje a bordo. Son las 10,30 horas.


Un nutrido grupo de hombres y mujeres, con caras serias y en total silencio, caminamos con paso tambaleante por un largo pasillo. Seguimos a Guillermo Ramos, quien lleva en sus manos una bandera argentina plegada. No estamos borrachos ni mareados, aunque andamos a los tumbos. Como ya dije, el mal tiempo ha obligado a cambiar de rumbo y a cancelar la visita a las Islas Malvinas, programada para mañana. Pero nada nos va a impedir hacer nuestro homenaje al submarino en ese lugar. Hace un momento, en un salón interior, se hizo un homenaje. Una oficial del crucero, que es chilena pero siente la causa como propia, pronunció con emoción los nombres de los 44 tripulantes. Ahora, todos nos encontramos en la cubierta 7, del lado de la popa, donde no es tan fuerte el viento. El capitán del barco está presente en el acto.  La ceremonia es sencilla. Se abre la bandera y 44 pétalos de rosas caen sobre las olas, que los devoran de inmediato. El contramaestre reza una oración. Luego alguien grita “Viva Argentina”. “Viva, viva” todos contestamos en un solo grito que, por un instante, parece silenciar el rugido de las olas. Aparecen lágrimas en muchos de nuestros rostros. Todos nos quedamos un momento con la mirada fija en ese mar encrespado, que de azul pasó a gris, y en esas olas gigantes que suben y bajan como filosas cuchillas. Es el mismo mar furioso que nos arrebató 44 vidas inocentes. El homenaje nos dolió, nos puso tristes, pero también fue una oportunidad de rendir tributo a esos héroes anónimos que murieron cuidando la Patria. Por eso, después del dolor y a pesar del temporal, estamos en paz.




Ahora volvemos a nuestras actividades diarias en el crucero, dentro de lo que el mal tiempo permite. La vida debe seguir su curso. Justamente, por la tarde, tenemos la segunda conferencia del Profesor Guillermo Jaim Etcheverry, ex rector de la Universidad de Buenos Aires y que viaja con nosotros. Un grupo de argentinos, que nos vimos a la mañana en el homenaje, nos volvemos a juntar para escuchar y preguntar sobre los impactos de las Nuevas Tecnologías. Hace unos días Etcheverry habló sobre Educación y hay una charla pendiente sobre los tres Premios Nóbel argentinos en ciencias. La Argentina nos sigue convocando.


Luego de escuchar a una orquesta de tango, cenar pastas en un restaurante italiano, asistir a una audición de “Karaoke” y ver una película en la cabina, nos dormimos. En medio de la noche el barco vuelve a moverse. Pero esta vez es mucho peor que la noche anterior. Se bambolea de lado a lado. Me despierto preocupado, sobre todo porque las nenas están en otra cabina a cuatro pisos de distancia. Fue un error en la organización que no hubo forma de reparar. Me imagino que llaman a los pasajeros a ponernos los salvavidas, abrigarnos bien e ir al salón del piso siete a esperar instrucciones –conforme lo ya ensayado-, y que la tripulación me impide pasar a buscarlas y van a tener que ir solas y con miedo. Con ese pensamiento no pego un ojo. Tampoco quiero llamarlas por teléfono para no asustarlas más.



Ahora ya es de día. El barco dejó de moverse y el mar está más sereno. Voy preocupado al cuarto de las nenas. Tardan en abrir. Por suerte, durmieron toda la noche y ni se enteraron de la tormenta. Doy gracias a Dios. Terminó bien un día muy argentino y muy movilizador que no olvidaré. También fue un día aleccionador, que nos enseña que los hombres, como seres vivos, seguimos sujetos a las fuerzas de la naturaleza por encima de nuestros deseos.






5/9. P.D.: Podés encontrar los demás relatos del viaje (son 9 en total), como así otras crónicas y cuentos en este mismo blog




Comentarios

Entradas populares de este blog

La Providencia