50 años de egresados



¿Volviste alguna vez a tu escuela?


El fuego está ardiendo. La parrilla va recibiendo sus raciones de brasa y la carne se asa lentamente en un pequeño patio. Pared de por medio, en el gran patio de la Escuela, ya están dispuestas las mesas para recibir a unos 300 comensales. Muchos están llegando y se van ubicando. Algunos se reconocen afectuosamente y conversan. Otros esperan en silencio hasta encontrar a alguien conocido.
Es una tibia noche de noviembre y se está celebrando el Día anual del Ex alumno en el Colegio “San José de Flores”. Empezó como un modesto taller escuela parroquial, creado por una Sociedad de Damas del barrio y luego tomó impulso y creció administrado por los Hermanos de La Salle.


Yo llego temprano y me pongo a recorrer el edificio. Todo me parece más pequeño. Hay cosas que están igual, otras faltan y muchas son nuevas. La escalera de entrada me parece más baja. En la pared del hall de ingreso no está más el “cuadro de honor” donde aparecían los cinco mejores de cada curso. En otra pared se mantiene una mayólica con la imagen de San José, el patrono de la escuela. Recuerdo que mi papá, que era presidente de la asociación de padres, pronunció un discurso cuando se inauguró en el año 1960 en el cincuentenario de la Escuela.
Ahora contemplo la inolvidable puerta del salón de premios, donde cada final de año hacíamos ansiosamente fila para elegir nuestro juguete. La elección era por riguroso orden según la cantidad de “vales” que cada uno había obtenido durante el curso escolar. Se nos iban dando por conducta o por buenas notas. Los primeros se llevaban los mejores juguetes y el resto los que quedaban.  A esos fines teníamos un boletín diario y uno semanal con casilleros sobre conducta y aplicación, y un boletín mensual con las notas. Todos eran firmados rigurosamente por nuestros padres. El sistema de premios y castigos era implacable.
La escalera que da al subsuelo está igual. Allí abajo estaba el comedor donde todos los días muchos almorzábamos como “medio pupilos”. El cocinero era José, un robusto ruso afiliado al partido comunista y al que la policía venía a buscar de vez en cuando.


Sigo caminando y llego al gran patio donde se está armando el asado. La mitad de ese espacio antes era ocupada por el Salón de Actos, un verdadero teatro con butacas, palcos, telón, pantalla y escenario elevado donde todos los domingos por la tarde Milo y yo proyectábamos cine. Lo hacíamos bajo la vigilancia del Hermano Isidoro y nuestra paga eran un pancho y una gaseosa. Allí se hacían los festivales y los actos de fin de año donde cada uno pasaba al frente a recibir medallas según sus méritos. En el escenario parecíamos soldados condecorados. Nunca pude superar el hecho de que lo hayan tirado abajo para dar más espacio. Cuando me enteré me sentí como el protagonista de la película “Cinema Paradiso”.
El patio de la otra mitad del terreno siempre estuvo. Era donde jugábamos a la pelota en los recreos y donde los domingos por la mañana se hacían los campeonatos de fútbol. También allí se desarrollaban las kermeses organizadas por los padres para juntar fondos para construir las aulas. Con esos fondos la modesta escuela primaria creció y se convirtió en un promisorio colegio secundario, donde los padres que eran profesionales fueron los primeros profesores. A la derecha veo un gran gimnasio techado. Allí había una huerta y un jardín, con reja a la calle. Recuerdo ahora con cariño esa época de la infancia cuando toda nuestra vida giraba en torno al colegio: clases mañana y tarde de lunes a sábado; misa y fútbol domingo por la mañana y cine el domingo por la tarde.


Ahora estoy bajando al subsuelo donde el comedor fue reemplazado por una luminosa capilla. Allí, me recibe Bany, quien fuera nuestro indiscutible “mejor compañero” y que fue quién nos convocó y se ocupó de la logística. Voy saludando a mis ex compañeros. Hoy, en la Escuela, nos sentimos como verdaderos dinosaurios egresados hace 50 años, cuando el mundo y la vida cotidiana eran muy distintos. Estamos en la capilla Ricardo, Alberto, Jose Luis, Martín -que vino con su hijo José-, Carlos, el mencionado Bany y yo. No pudo bajar a la capilla Dicky, porque se está recuperando muy bien de un accidente de tránsito pero todavía tiene prohibidas las escaleras. Lo representa en la ceremonia su mujer, Elsa. Falta Chiche, que vive en Tandil y al que veremos el domingo cuando reeditemos nuestro viaje de egresados, pero yendo a la Costa.
Nosotros, cuando egresamos en 1968, éramos un pequeño grupo de trece. Hoy quedamos nueve de los cuales pudieron venir los ocho mencionados. Nuestro grupo se ha ido encontrando de vez en cuando, al menos una vez al año. Lo más emocionante hoy, además de volver a vernos, es reencontrarnos con dos de nuestros queridos profesores. Uno es Néstor, que fuera nuestro maestro, luego profesor de castellano y con quien hicimos el viaje de fin de curso a Bariloche, ese viaje que, bueno o malo, nunca se olvida. El otro es Gabriel, nuestro profesor de contabilidad de los últimos años, que vino con su esposa y participa activamente dirigiendio una asociación calabresa. Los veo mejor que cómo los imaginaba, cuidados, lúcidos, activos y manteniendo intactos el entusiasmo por enseñar, los valores y la esperanza de un mundo mejor. Están felices y orgullosos de nosotros y eso es una caricia para el alma. En la capilla está también otro grupo de egresados más modernos, a los que vemos como mamíferos, que cumplen 25 años. Hay muy pocos familiares. A mí, por suerte, me acompañan Lucía y las nenas, a quienes insistí que conocieran mi escuela.
Participamos de una misa, donde el sacerdote, que es cura de la basílica de San José de Flores, nos habla de la estrella de San Juan Baustista de La Salle como signo de fe. Luego habla el presidente de los ex alumnos y, al final, hay un espacio libre para que los que lo quieran tomen la palabra y digan algo al grupo. Nos turnamos, dinosaurios y mamíferos, para hablar. Hay recuerdos, anécdotas, bromas y agradecimientos. Por los dinosaurios hablamos Carlos y yo. Carlos, que es profesor en California y viajó especialmente, destaca el hecho de que a pesar de haber estudiado en épocas de gobiernos militares, la escuela fue siempre un espacio de paz y libertad, que nos hizo crecer. A mi turno hago un llamado a recuperar nuestro niño interior, el que iba a la escuela, y a volver a mirar al mundo con la inocencia, los valores y las esperanzas de los niños.
Finalmente se entregan medallas y hacemos un recordatorio por los ausentes, los que partieron hacia el más allá: Guillermo, tan tímido como genial, el más inteligente del curso; El gordo Jorge, de pocas palabras, voluntad de hierro y corazón gigante, con quien viajamos de mochileros a Catamarca; Milo, fiel a su origen croata, el de los grandes experimentos médicos y mi compañero de tardes de cine, recibe la medalla su hermana Elvira; y Tito, uno de los más aplicados en la escuela, un gran emprendedor que incluso tuvo un programa de radio. Rendimos nuestro tributo mientras sentimos el dolor de la ausencia que describió Bany en su columna en la revista del aniversario “Cuando un amigo se va…”.


Ahora la ceremonia ya terminó. Subimos a la planta principal. Saludamos y conversamos con Dicky, impecablemente vestido y muy emocionado. Hacemos fotos. Les muestro la escuela a las nenas y retornan con Lucía a casa. Vamos caminando para el patio grande. Los casi 300 ex alumnos ya están todos en las mesas empezando a comer. Nuestro lugar está ocupado pero enseguida nos fabrican otro espacio. Atiende las mesas un pequeño ejército de chicos y chicas con remeras celestes y delantales. Son los alumnos de tercer año que harán trabajo solidario el año próximo y cumplen la tradición de servir las mesas en la cena de ex alumnos cada año. Las propinas ayudarán a pagar su viaje a Santiago del Estero. Nos atienden y miman como si fuéramos próceres. Es encantador. Sentimos que si bién el mundo cambió los jóvenes de hoy pueden compartir nuestros valores e, incluso, superar el compromiso.
En la mesa de al lado está los muchachos de la promoción previa a la nuestra, la primera de peritos mercantiles del Colegio. Los saludamos y los vamos reconociendo poco a poco. ¡Estamos todos tan cambiados! Nos ponemos a charlar con nuestros “mayores”. Hay anécdotas, sobre todo de los partidos de fútbol en el patio.


Vueltos a nuestra mesa cenamos juntos con los profesores. El bullicio es muy grande y solo se puede charlar con el de al lado, pero el momento es muy lindo. Nos sentimos adentro de una masa humana que comparte un destino. Al final el presidente de los ex alumnos y su hermano, los grandes fogoneros de estos encuentros, nos invitan a cantar el viejo Himno Lasallano. Empezamos a entonar a viva voz la “Canción de gloria cantemos…”. Poco a poco el resto de asistentes hace silencio para escucharnos. Algunos conocen la letra y se suman al canto. Es un momento muy emocionante. Hay lágrimas y, sobre todo, un sentido de pertenencia a un grupo, a una tradición, a unos valores.
Me asalta un pensamiento: hagas lo que hagas en tu vida, tu infancia sigue presente en algún lugar de tu corazón y, cuando volvés a tu escuela, sentís que recuperás un tesoro perdido.
Ahora ya todo terminó, es tarde y vamos abandonando el patio. El frío de la noche nos rodea, pero en nuestro corazón algo se volvió a encender.
¡Es un fuego que está ardiendo y permanecerá para siempre!




Comentarios

  1. ¡Me encantó! Mis felicitaciones , me hizo vivir esa hermosa experiencia.Participé hace unos años de la reunión de egresados del "Otto Krause" (25 años) de uno de mis hijos y lo disfruté igualmente.Fue como introducirse en "el tunel del tiempo". Ver esos hombres grandes, que años atrás eran solo niños con muchos proyectos e ilusiones y descubrir como los había tratado la vida , como habían cumplido (o no)sus objetivos fue impagable.Nuevamente , felicitaciones y gracias por compartir ese bello momento.

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  2. Recuerdo con mucho cariño el San José de Flores. Mis hermanos Juan y Jorge fueron alumnos del primario. Y mi padre Juan Sibemhart fue rector del Secundario en su inicio
    Saludos

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  3. Sentì una profunda emociòn cuando iba leyendo la nota. En el 2014 cumplì mis 50 años de egresada en el colegio "Jesùs Marìa" de la calle Talcahuano en Capital Federal. Nosotras eramos 40 alumnas y el primer gran encuentro fue al año de egresadas. Despuès la vida nos fue separando pero me quedaron grandes amigas que aun hoy mantengo. Nos juntamos nuevamente a los 25 de egresadas pero gracias a la tecnologìa y fbk fuimos encontrandonos virtualmente, formamos un grupo de 25 ,muchas viven afuera y otras ya partieron al Cielo. Cuando cumplimos los 50 años de egresadas entre una amiga y yo nos hicimos cargo de juntar a la mayor cantidad posible, fue un trabajo arduo pero exitoso!!!!! Nos llevo varios meses de emocionantes encuentros y llegò el momento esperado.Eramos casi treinta mujeres felices y emocionadas. Ahora tenemos un grupo de chat y en constante comunicaciòn. Hace 4 años que nos juntamos 3 o 4 veces en el año. Nuestra niña y adolescente interior siempre presente en nuestras charlas. Siempre agradecemos al colegio y a nuestras familias habernos dado codigos que marcaron para siempre esta amistad.

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  4. Soy de la tercera promoción, de 1969, sentí mucha emoción al leer tus palabras. No me enteré de ese encuentro, recién hoy encontré este comentario, perdí contacto con mis excompañeros hace muchísimos años. Recuerdo tu nombre aunque vos ibas un año adelante. Hermosos recuerdos. Un gran abrazo.

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