El conversador





 ¿Hablás con desconocidos?


La atractiva rubia está sola en el salón de recepción, con un elegante vestido negro y una copa de champagne en la mano.

Rodolfo le sonríe, se acerca amablemente y le pregunta: ¿sos invitada del novio o de la novia?

La rubia apenas si lo mira, hace un gesto de fastidio, se da media vuelta y se aleja sin decir palabra.

Rodolfo no se inmuta ni se altera su sonrisa.

Sabe que estas cosas pasan. Hay momentos en que la gente no tiene ganas de conversar.

Con su copa en la mano sigue recorriendo la recepción buscando encontrar personas con las cuales hablar.

Le encanta charlar con gente nueva, con desconocidos. Es su principal entretenimiento y, además, sabe que conversar bien es bueno para los negocios.

Hoy justamente vino a este casamiento a contactarse con un invitado especial, el señor Boris Karpov, “CEO” de una multinacional rusa cuyo corresponsal en el país es el padre del novio.

Ocurre que Boris está pasando dos días en Buenos Aires, en una escala de un crucero que se dirige a la Antártida, y el padre del novio lo invitó al casamiento aprovechando la coincidencia.

Pero la gran coincidencia es que Oscar, el mejor amigo de Rodolfo, estuvo un año haciendo una pasantía en San Petersburgo. Allí, en un bar temático de fútbol conoció a Boris, hombre mayor, divertido, algo excéntrico y fanático de Messi. En poco tiempo hicieron una relación de confianza que luego mantuvieron por internet.

Invocando tal relación, Oscar y Rodolfo se hicieron ubicar en la misma mesa que Boris.

La idea de Rodolfo es proponerle al ruso un negocio. Es ingeniero y en su pequeña empresa de informática ha desarrollado un software muy bueno pero que no puede competir con los del “Silicon Valley” en Occidente. Sin embargo, en Rusia, el software podría tener un gran mercado a un costo muy bajo.

¡Si le pudiera vender una licencia a los rusos, su vida cambiaría para siempre!

A último momento Oscar le avisó que no podía venir. Se encontró en la calle con Estefanía, una chica italiana que había sido su compañera de pasantía en Rusia y quedaron en cenar juntos. Eso para Rodolfo no es ningún problema. Su fuerte es conversar con extraños. Y sabe cómo caerles bien.

 

No siempre fue así.

De niño Rodolfo fue muy tímido y le costaba relacionarse.

A medida que crecía en edad también aumentaba su miedo a hablar con extraños. Tenía pánico por no tener nada que decir cuando se encontraba con otras personas y quedar como un tonto.

Lo peor era cuando tenía que conversar con alguien por primera vez.

Fue así como, siendo estudiante secundario, tuvo que enfrentar su primera cita con Mirta, una alumna del cuarto año del colegio vecino.

La venía viendo en fiestas de estudiantes. Un día se animó a invitarla a salir y ella aceptó.

La salida era muy inocente ya que irían a tomar un helado a un nuevo shopping, inaugurado en otro barrio.

Tenía tanto pánico de quedarse sin conversación que urdió un plan.

Calculó que el tiempo del encuentro, considerando los viajes de ida y vuelta, el recorrido por el lugar y la pausa para tomar el helado, duraría unos 120 minutos.

Entonces empezó a pensar en doce temas de conversación, para ir disparando cada diez minutos y mantener activa la charla.

Sabía que los largos silencios en una primera cita destruyen toda posibilidad de seguirse viendo.

Pensar los temas no le resultó difícil. Si bien Rodolfo era tímido, tenía una inteligencia despierta y creativa. Tampoco le costaba memorizarlos.

Fue así como armó un libreto que incluía divertidas historias personales y de parientes. También algunas preguntas puntuales para que Mirta le contara cosas de ella. Finalmente, el menú contenía observaciones agudas o divertidas sobre los lugares que iban a recorrer.

Para eso, un día antes, hizo el mismo recorrido que la pareja haría al siguiente, tomando apuntes en su libreta de notas de tapas verdes.

De esta forma pudo armar doce temas de conversación, que memorizó como si fueran sus “doce mandamientos”.

La cita fue todo un éxito. La pareja mantuvo la conversación todo el tiempo y se divirtieron ambos.

Pasó el domingo pensando en Mirta y planeando un divertido noviazgo.

Sin embargo, cuando Rodolfo fue a buscar a Mirta el lunes a la salida del colegio, luego de saludarla se quedó sin tema de conversación. Su mente estaba bloqueada y no se le ocurría nada. Entró en pánico, como antes.

Fue así que caminaron hasta la casa de Mirta en un silencio absoluto y demoledor.

Nunca más salieron.

El episodio se repitió, con algunas variaciones, en salidas ulteriores con otras chicas.

También le pasaba en reuniones sociales, cuando estaba con gente que no conocía y se sentía imposibilitado de iniciar o mantener conversaciones.

Su círculo se reducía a su familia y a sus vecinos del barrio de toda la vida.

Un día, cuando estaba cursando el primer año de la Facultad de Ingeniería, le volvió a pasar lo mismo con una compañera de estudios a la que había invitado a salir.

Después de acompañarla hasta su domicilio, en un reiterado y doloroso “camino del silencio”, volvió a su casa desmoralizado, caminando bajo la lluvia, temblando y empapado.

Entró sin saludar a nadie y se fue al baño. Se dio una ducha muy fuerte y caliente.

Mientras el agua le taladraba el cuero cabelludo, gritó:

“Tengo 20 años y no aprendí a vivir. Estoy bloqueado para conversar y relacionarme. Soy un fracaso. Si sigo así mi vida va a seguir siendo horrible”.

Después de un rato agregó: “Juro que a partir de ahora voy a hacer algo al respecto”.

Esa noche no durmió. Su cabeza no podía descansar pensando en un plan.

 

Al otro día ya había pensado en algo.

Lo primero que hizo fue llamar a su tío Enrique. Era el hermano menor de su madre. Un soltero de 40 años que se dedicaba a vivir la vida y era considerado como la oveja negra de la familia.

Tomando un café le contó su historia a Enrique, quien lo escuchó sorprendido y divertido.

-La verdad es que nunca pensé que pudieran pasar estas cosas. En fin, lo único que puedo hacer es darte algunos consejos para encarar mujeres, espero te sirvan.

Enrique le dijo que la clave era saber elegir la primera frase. Si era buena, una vez pronunciada, abría un camino de comunicación.

Fue así como lo aleccionó sobre una serie de frases “disparadoras” para caerle bien a una mujer y, si fuera posible, iniciar una relación.

“A mí, las lindas como vos nunca me dieron bolilla”, con esa frase empezó con Gloria. Estuvieron seis meses de novios.

“Por algún motivo del destino me toco estar a tu lado. ¿Crees en el destino?”, con esa pregunta empezó su relación con Fernanda, en un avión a Mendoza. Estuvieron dos años en pareja.

“Lástima que sos casada, pero en mi próxima vida me gustaría ser tu novio”, era la que usaba cuando sabía que la otra persona estaba casada. La había usado con Teresa, con la que se veía de vez en cuando en forma clandestina.

“Perdón señorita, pero Ud. es la más bella de todas las mujeres de este país”, era su frase preferida en el extranjero y solía darle éxito.

Ricardo tomó nota de todo en su libreta de tapas verdes y agregó una conclusión: Lo principal es expresar modestia personal y halagar a la destinataria.

Al otro día fue a la librería del barrio y, sin entrar en detalles, le pidió a Rubén, el viejo librero, que le recomendara algún libro sobre conversaciones.

Sin dudarlo, Rubén le recomendó uno titulado “Como ganar amigos e influir sobre las personas”. Le dijo que era una obra clásica, escrita por Dale Carnegie hacía mucho tiempo, pero que conservaba todo su vigor y era el punto de partida de la mayoría de los libros posteriores de autoayuda vinculados al tema.

Esa noche devoró el libro y anotó en su libreta los consejos, subrayando el siguiente: “para mantener viva una conversación hay que hablar del tema que más le interesa a la gente: sobre ellos mismos”.

En otra oportunidad fue a ver a su abuelo Mario.

Era un profesor universitario retirado de su cátedra pero que seguía activo escribiendo y dando algunas conferencias de vez en cuando. Era una persona muy sociable, querida y respetada por colegas y alumnos.

Se sinceró con su abuelo y le pidió consejo.

Con gran sorpresa su abuelo le confesó que a él le había pasado algo parecido mientras era joven pero que de grande había encontrado un método para entrar en conversación con todo el mundo. El método era muy sencillo. Consistía en preguntar a la persona, para entrar en conversación, por el lugar donde vivía o por su actividad o por su apellido. Con ese dato básico Mario, que era un hombre de una gran cultura general y popular, tenía tema de conversación por largo rato.

Al despedirlo su abuelo le dijo. Ojo Rodolfo que a veces las técnicas fallan. No te olvides que al mejor cazador se le puede escapar la liebre.

Rodolfo en su libreta anotó: domicilio, ocupación y apellido.

 

Después de sus charlas con su tío y con su abuelo, y de leer el libro recomendado, Rodolfo había mejorado un poco, pero sintió que su vocación por la ingeniería lo obligaba a investigar la cuestión de la conversación desde un punto de vista científico.

Buscando por internet, encontró un libro alemán “El arte de conversar”, de Von Thun-Herder, cuya lectura le hizo descubrir el mundo de las comunicaciones interpersonales.

¡Ese fue un momento de epifanía!

A partir de entonces se obsesionó con el tema. Compró y leyó todo lo disponible en internet, tanto en español como en inglés, idioma que dominaba.

Una vez que sintió que manejaba la teoría, empezó el mismo a hacer los ejercicios que recomendaban en la web.

Fue así que se impuso a sí mismo conversar con el taxista y con todos los ubicados al lado en el restaurante, en el avión o en el ómnibus. Charlar con los compañeros de excursión, o los que comparten la misma fila. Hablar siempre en el ascensor, conversar en las rondas de fumadores. Saludar y tratar de conversar en la calle con policías, porteros, turistas, transeúntes, limosneros y vendedores…y lo hizo.

También se puso como objetivo ir a fiestas o reuniones sociales donde no conocía a nadie para practicar las técnicas aprendidas, lo que también concretó.

Todo lo anotaba al final del día en su libreta de tapas verdes, que ya acumulaba muchos tomos.

Lo que más le interesaba era investigar los “disparadores” de las conversaciones.

Llamaba “disparadores” a esas palabras o temas que, cuando se pronuncian o introducen, generar un diálogo, cualquiera sea su importancia o duración.

Hizo una larga lista en su libreta verde:

-Algo en común: el tiempo, el tráfico, la hora, un amigo o conocido, un lugar en común, un hecho general o cotidiano.

-El halago: la ponderación del otro. Siempre es mejor ponderar a alguien por lo que hace (actitudes, esfuerzos, logros) más que por lo que es (lindo, rico, afortunado). También la ponderación del lugar o de la vista.

-La ayuda: ofrecer ayuda para algo o pedir un favor: ¿puedo sentarme aquí? ¿Tenes algún libro para recomendar? ¿Me podés explicar…? Mostrar desorientación y pedir ayuda: Es mi primera vez en… 

-La gracia: reírse de uno mismo o de una situación y contar porqué.

 

Cuando pensó que había visto todo, encontró otros aspectos más de las conversaciones.

En primer lugar, que la charla con extraños no era solo una forma de pasar el tiempo, de entretenimiento o de buscar oportunidades de negocios, sino que aportaba mucho a la vida personal de cada uno.

Son muy importantes las charlas con esos desconocidos que vemos todos los días porque agregan variedad a la vida, son una fuente de información útil y, a menudo, brindan apoyo emocional y físico. También generar la sensación de pertenencia a una comunidad.

En segundo término, descubrió que la charla con extraños tiene un trasfondo moral y humano. Es que el conversar con alguien significa que ese “otro” me interesa. Reconozco que existe. Lo saco de ser un objeto del paisaje y los transformo en una persona con emociones, sentimientos y necesidades similares a las propias.

De todos modos, lo que realmente le interesaba era la posibilidad de tener buena conversación para lograr buenos negocios.

 

Ahora Rodolfo sigue en el casamiento. Se acerca a un elegante señor de smoking y bigotes y le dice: Me encantan tu moño, es muy original. Yo estuve buscando uno parecido al tuyo y no lo pude conseguir. ¿Dónde lo compraste?

El señor se llama Jorge, es tío de la novia, y conversan un rato sobre vestimenta masculina, estilos y cambios de la moda en los últimos tiempos.

Vuelve a la mesa del buffet y comienza a picar algo. Al rato se acerca una señora que se queda observando los bocadillos como si estuviera indecisa.

Rodolfo le dice: “Te recomiendo el sushi. Está muy fresco y es lo mejor antes del lomo que, según leí en la carta, viene en el plato principal”.

La mujer agradece. Se llama María, es jefa en la empresa donde trabaja el novio, y conversan un rato sobre cocina peruano-japonesa y restaurantes de moda.

Después se acerca a una pareja de jóvenes y dice: “¿Saben qué hora es?, me puse este reloj para combinar con el traje pero ahora descubro que se le acabó la pila. Justo hoy que voy a tener que irme antes de la fiesta porque mañana tengo que estar temprano en aeroparque”.

El varón le dice la hora. Le cuentan que son ex compañeros de colegio de la novia. Hablan un rato sobre los horarios de comienzo y terminación de las fiestas, de los bailes y de las “previas”. Luego le preguntan por qué tiene que estar temprano en aeroparque y conversan un rato.

 

Finalmente Rodolfo está llegando a la mesa asignada. Es la número 17. Hay seis personas ya sentadas y dos lugares libres a los costados de un señor con un llamativo smoking blanco y de aspecto eslavo.

No hay dudas de que es Boris.

Rodolfo lo mira desde cierta distancia, como el cazador a su presa. Mientras lo hace va pensando en todo lo que debió recorrer para pasar de ser un tímido estudiante a un profesional que domina el arte de la conversación, para la vida y para los negocios.

Y ahora es el momento de los negocios. Va a tener toda la noche a Boris solo para él, para poder conversar, entre platos exquisitos, buena bebida y música, y convencerlo sobre el negocio.

Además, el día anterior había estudiado toda la información disponible sobre la vida de Lionel Messi, por lo que el éxito estaba asegurado.

Siente, quizás por primera vez en su vida, que la suerte le sonríe y nada ni nadie le va a poder arrebatar el contrato.

Rodolfo se acerca y va saludando uno por uno a sus compañeros de mesa. Se presenta, estrecha la mano de los caballeros y da un beso a las damas, entre comentarios y bromas.

Todos sonríen menos Boris, que permanece serio, como alejado de la escena.

Mientras se sienta al lado de Boris, sonríe y le dice, en su perfecto inglés:

-Mucho gusto, usted debe ser Boris, yo soy Rodolfo, el amigo de Oscar.

Boris, le estrecha la mano que Rodolfo le había tendido pero lo sigue mirando serio.

Luego de un momento de silencio le dice, en un inglés rudimentario:

-Lo lamento, solo hablo ruso… y mi traductora no vino a la fiesta.



Ahora ya pasó un rato largo y sigue sentado en la mesa. Acaban de terminar el primer plato. 

En la mente de Rodolfo estuvo todo el tiempo resonando la frase de su abuelo "Al mejor cazador se le puede escapar la liebre".

Poco a poco se va recomponiendo del mazazo en la cabeza. Mientras se proyecta una fotografía de los novios en San Petersburgo, se da cuenta de que todavía le queda una ficha por jugar: su amigo Oscar. 

Si consiguiera contactarlo, Oscar podría venir al casamiento y hacerle de traductor con el ruso. Al fín y al cabo su cena con la italiana debería estar terminando y en la fiesta todavía faltan el segundo plato, postre, café y varios intermedios de baile. Quedan al menos dos horas de esperanza.

"El teléfono al que Ud. llama se encuentra apagado o fuera de servicio", le dice una voz metálica por quinta vez.

No hay caso. Oscar está desconectado y seguramente la cita fue un gran éxito. Al menos a él le fue bien, se consuela.

Rodolfo se rinde. Se despide fugazmente de Boris, saluda al resto de la mesa, y se dirige hacia el guardarropa para buscar su abrigo.

-¿Sos invitado del novio o de la novia?, escucha que alguien pregunta a sus espaldas.

Se da vuelta y ve a la rubia de elegante vestido negro con una copa en cada mano. Rodolfo sonríe y toma la suya. Mientras ambos vuelven a la fiesta Rodolfo recuerda una frase que solía repetir su madre.

¡Cuando Dios cierra una puerta siempre nos abre una ventana!







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