El semáforo


¿Respetás las luces?

Son las diez de la mañana y voy caminando por la calle desde el gimnasio hasta mi casa. Es un lunes de Otoño y acabo de tomar un café en “Quotidien”. Estuve leyendo un rato luego del entrenamiento. Es mi momento diario de relax previo al trabajo.
Llego a la esquina de Callao y Juncal y la luz del semáforo está roja. Sin embargo veo que los peatones igual cruzan en los momentos en que no pasan autos.
Yo me quedo esperando la luz verde. Un imperativo moral me impide avanzar. Ayer di clases en la Facultad y hablé sobre nuestro problema cultural de transgresión de normas. Puse como ejemplo para los alumnos la falta de cumplimiento de las normas de tránsito. 
Para mi sorpresa no estoy solo en mi actitud. Detrás de mí también está parado, esperando la luz verde, un señor morocho de traje y anteojos negros. Lo miro de reojo. Es bajo, morrudo y tendrá unos cincuenta años. Siento la satisfacción de no ser el único cumplidor y pienso que quizás, con el tiempo, se vaya generalizando el respeto a las reglas. Me dan ganas de hacerle algún comentario pero no me animo, está muy serio.
Ahora el semáforo da verde y cruzo. Sigo caminando y me doy cuenta de que el señor de anteojos negros camina detrás de mí. En la esquina de Rodriguez Peña cruzo la calle hacia la vereda izquierda y veo que él hace lo mismo. Empiezo a preocuparme. ¿Y si me estuviera siguiendo?. ¿Será un arrebatador detrás de su víctima? No me veo como un candidato al asalto. Estoy vestido con un jogging y llevo una mochila, podría defenderme de un ladrón solitario o, en su caso, salir corriendo. Además, a esta hora anda por la calle gente mucho mas “asaltable”que yo. Por las dudas, cuando llego a la siguiente esquina, en lugar de seguir derecho y cruzar la plaza, doblo a la izquierda por Montevideo.
Vuelvo a mirar para atrás y compruebo que el morocho también dobló y me sigue. Ahora sí que estoy preocupado. Me viene a la cabeza la serie “Mentes Criminales” que a veces veo en el gimnasio. Hay asesinos que no necesitan motivos para matar y que eligen su víctima al azar. O podría ser simplemente un ladrón “profesional” que me fichó y me está siguiendo hasta mi casa para entrar y robar todo lo que pueda. Siento miedo.En una actitud instintiva, buscando protección, entro a la iglesia de “Las Esclavas.
Adentro todo es paz y silencio. Hay tres monjas arrodilladas en los primeros bancos y un cura en el fondo confesando a una anciana. Me siento en un banco del costado desde donde puedo ver la entrada. Por suerte no entra nadie. Después de un rato junto valor y me asomo a la puerta. ¡Gracias a Dios no hay nadie!
Salgo, cruzo la plaza y llego a mi casa. Subo el ascensor y vuelvo a mi rutina.
Cuando cierro la puerta recuerdo esa frase que dice que el valiente no es el que no siente miedo sino el que lo enfrenta.
Confieso que hoy respeté el semáforo pero no pude cumplir esa consigna.



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