El simulacro



¿Se puede aprender de una falsedad?


-¿Qué ven aquí?, pregunta la profesora.

La foto se proyecta en la pantalla del auditorio.

La imagen muestra el cuerpo de un hombre desnudo, reclinado sobre una silla, con los ojos cerrados y el rostro y las manos ennegrecidas.

-Es la foto de un muerto, dice una mujer de anteojos y rodete sentada en la primera fila.

Los demás alumnos permanecen en cauteloso silencio.

-Esta fue la primera fotografía que existió de un cadáver, y fue también la primera falsedad fotográfica ya que su autor fingió haberse suicidado para protestar contra el gobierno francés, dice la profesora.-La foto es de 1840 y su autor, Bayard, hizo el montaje y fue el modelo, agrega.

El alumno de la tercera fila mira la foto y siente un profundo desagrado.

-Se trata de un “simulacro”. En el mundo de la posmodernidad, donde todas las verdades son relativas, el simulacro es algo en sí mismo verdadero y que tiene un sentido propio, agrega la docente.-

El alumno de la tercera fila no entiende nada. Anota todo en su libreta verde pensando que, más adelante, cuando lea con cuidado todos los apuntes, quizás podrá comprender algo más sobre el sentido del “simulacro”.

Para él sigue siendo una mera falsificación de la realidad sin valor alguno.

Se trata de Narciso, un hombre de 53 años de aspecto impecable, buen físico, abundante cabellera y que viste a la última moda. Hoy un atuendo desprejuiciado e informal, propio de los interesados en el Arte, pero de marca.

Toda su vida se dedicó a cuidar su cuerpo. Hizo gimnasia y tratamientos de muchas clases  para mantener su piel y su cabello en forma.

Cuando alguien lo criticaba por frívolo le respondía con un argumento irrefutable: lucir bien es un tema de trabajo. En el mundo del marketing la buena imagen del vendedor puede ser decisiva para que un cliente se decida. En consecuencia su cuerpo no era más que un instrumento de venta.

Tiene un buen empleo, con importantes comisiones, en el área de ventas de una firma inmobiliaria donde las relaciones sociales son fundamentales.

Para ello, a efectos de enriquecer sus temas de conversación y conocer posibles clientes, desde hace un tiempo empezó a asistir a conferencias y cursos varios.

Hoy está tomando un curso de “Arte Contemporáneo” pero, la verdad, entiende poco y nada.

 

Ahora Narciso está acostado en una camilla en una clínica estética y se siente horriblemente mal.

-Siento que me estoy apagando, susurra Narciso, y cierra sus ojos.

No tiene fuerzas ni para mantenerlos abiertos. No siente para nada su cuerpo.

Solo su mente está despierta, aunque no sabe por cuánto tiempo.

Tiene mucho miedo, miedo a la muerte, miedo a que su vida termine en este momento.

Se siente adentro de una caja negra y solo alcanza a percibir, a través de sus párpados cerrados, un ángulo luminoso. Sabe que no es “la luz en el fondo del túnel”, sino el resplandor de la lámpara del techo del consultorio. Es su única visión en este momento. ¿Será la última?

Luego empieza a sentir culpa. Culpa por haber estado toda su vida buscando la belleza exterior, la eterna juventud y, ahora, por haberse sometido a un tratamiento para rejuvenecer que, en lugar de darle vida, le va a dar muerte.

Era un tratamiento nuevo del que no sabía mucho. Solo que su médica estetista se lo recomendó para recuperar la energía que se va consumiendo con los años.

Hace unos meses, cuando un amigo, diez años mayor, le dijo que cada día se sentía con menos energía, él decidió hacerse el tratamiento. Al fin y al cabo era un tratamiento “natural”: inyectar proteínas de ternera para revitalizar los órganos más necesitados. Pero ahora resulta que la inyección fue letal.

Se ve como un idiota. Está en un lugar a donde la gente acude para verse mejor, para sentirse mejor, para estar mejor. Él, cumpliendo con su consigna vital, fue para eso pero ahora se está muriendo.

Ahora que siente que se va, se acuerda lo que una vez le dijo su amigo Carlos. Que sería bueno tener la oportunidad, en el momento previo a la muerte, de hacer una reflexión final, tener un momento de despedida del mundo y de la vida. Ahora el destino se la está brindando en bandeja pero, la verdad, el miedo le quita las ganas.

También recuerda que su madre le hablaba del Ángel de la Guarda, ese espíritu protector que siempre la había acompañado. En su desesperación le pide al Ángel que lo ayude a seguir viviendo, pero tampoco siente su presencia.

Se siente como si estuviera hundiéndose dentro de su cabeza. Se pregunta si va a llegar hasta el fondo de su ser. Si es cierto que se va a encontrar con ese “dios interior” que le mencionaron en un curso sobre filosofía de la India.

Siente a su cuerpo como si estuviera acostado en el piso con su cabeza chocando contra una pared negra, fría y dura, sin que haya nada del otro lado y con la mirada enfocada hacia atrás, hacia el pasado, sin poder ver nada tampoco.

 

 

Ahora le meten algo en la boca. Tienen un gusto salado muy fuerte.

-Tragá esto Narciso, le dice su médica.

Narciso obedece sin dudar.

Poco a poco siente que, milagrosamente, va recobrando la energía y la conexión con su cuerpo.

Empieza a poder mover sus pies, luego sus manos y después su pecho.

Ya tiene fuerzas como para abrir los ojos.

Ve frente a sí a la pantalla de un televisor y recuerda que, durante el reposo anterior a la inyección, había estado mirando una película. Estaba ambientada en la época del comienzo profesional del fútbol americano y trataba sobre una linda reportera codiciada por dos buenos mozos. Ella termina decidiéndose por quién le pudo dar el primer beso en la boca. Se detiene un momento a pensar que a veces la pinta no alcanza y lo importante es llegar primero.

Se siente despertando de una pesadilla y se alegra.

-Fue una lipotimia, una repentina baja de presión. Cuando te la tomé no estaba nada mal ¿te acordás?, le dice su médica, que se llama Graciela, mientras le toma el pulso.

Narciso no contesta. Sigue en estado de shock, pensando en lo sucedido.

-Nunca estuviste en peligro de muerte, la sal nunca falla y, si fallaba, te iba a aplicar una inyección de corticoide y llamaba a la ambulancia, agrega Graciela.

Bueno, entonces ¿había o no había peligro de muerte?, piensa Narciso sin ganas de discutir con la médica ni de cuestionar un tratamiento al que se había expuesto voluntariamente y sin presión alguna.

 

Ya repuesto, se queda un rato reposando y sigue pensando en lo sucedió. En lo que sintió y pensó cuando estaba frente a la inminencia de la muerte.

Su mente está muy confundida. Por un momento delira y piensa que quizás murió y que lo que siente ahora no es la realidad sino un sueño posterior a la muerte. Se le ocurre que puede estar en una especie de “limbo” como ocurrió en la serie “Lost”.

-¿Pensaste en tus seres queridos cuando te asustaste?, le pregunta Graciela que ahora retornó a la habitación para controlarlo.

-Para nada, contesta Narciso que, además, es divorciado sin hijos. Sus únicos parientes son dos sobrinos, huérfanos de su hermana, a los que ve poco y nada porque viven en Entre Ríos.

-Qué raro. Si me pasara lo mismo pensaría en ellos. Fijate que para mi la muerte ideal seria en mi casa, en una habitación con vista al jardín, en mi cama, rodeada de mi familia, mientras mis hijos me cuentan un cuento, como en la película “El gran pez”.

-Ajá. No es mi caso.

-¿Pensaste en si había algo después de la muerte?, sigue preguntando Graciela.

-Para nada, reitera Narciso, al que nunca le interesó la religión.

-Qué raro. Yo siempre me pregunto sobre la existencia del “más allá”, de la inmortalidad del alma, de vidas posteriores o al menos en que la existencia sigue, de algún modo, luego de la muerte.

-Ajá. No es mi caso.

Una  hora después Narciso se va de la clínica. Se jura que no le va a contar el episodio a nadie y, al despedirse, le pide a Graciela que guarde el mismo secreto. Le da mucha vergüenza haber arriesgado su vida de esa manera. Si se enteraran en la empresa su prestigio desaparecería.

 

 

Varios días después Narciso hace un control de rutina con su médico, le cuenta el episodio y éste le confirma que solo fue una lipotimia, una baja de presión, y que no estuvo en verdadero peligro de muerte.

"Entonces fue solo un 'simulacro'", piensa Narciso. Pero el simulacro también tiene que tener algún sentido según la profesora de Arte. Se queda pensando.

 

Ahora ya pasó una semana y Narciso está tomando un café con su amigo Carlos. Le cuenta el episodio en la clínica estética.

-Sacaste alguna enseñanza de lo que vos llamás “el simulacro”, pregunta Carlos.

-Bueno, aprendí que no debo jugar con la salud ni exponerme a cosas innecesarias. La verdad es que por primera vez, sentí el miedo a la muerte, a la finitud de la vida y de todo lo que te rodea, a que te puede tocar en cualquier momento. Y eso es horrible.

-Te comprendo. Marco Aurelio, ese emperador romano que también era filósofo, decía "Hay dos cosas que no nos atrevemos a mirar a los ojos: al sol y a la muerte".

Se produce un momento de silencio. Carlos ve la tristeza en el rostro de Narciso y le dice.

-Para algunos la idea de la muerte le quita sentido a la vida. Para otros la misma idea es la que sirve para vivir mejor.

-Eso es ridículo.

-No estés tan seguro. No solo desde la religión o la filosofía sino también desde la literatura hay mucho escrito sobre ello. Te recomiendo leer “Instantes” de Borges, o “Carta a mis amigos” de García Márquez.

-Sos un optimista delirante, le dice Narciso al despedirse.

 

En el viaje de vuelta, en el taxi, suena una canción en la radio:

“Te suplico qué me avises - Si me vienes a buscar - No es porque te tenga miedo -Solo me quiero arreglar”.

Narciso conoce la canción pero nunca supo el título. Siempre pensó que se refería a una cita amorosa.

-Se llama “Canción para mi muerte” y es de “Sui Generis”, le dice el taxista.

Narciso se conmueve. Se queda repasando en silencio la estrofa.

¿En qué consistirá ese “arreglo”?

 

Ya en su casa, solo por curiosidad, se pone a leer por internet los poemas que le recomendó Carlos.

Empieza por Borges en “Instantes”:

“Si pudiera vivir nuevamente mi vida…me relajaría más…haría más viajes, contemplaría más atardeceres, subiría más montañas, nadaría más ríos...comería más helados y menos habas, tendría más problemas reales y menos imaginarios…comenzaría a andar descalzo a principios de la primavera y seguiría descalzo hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres, y jugaría con más niños, si tuviera otra vez vida por delante…”

Después lee a García Márquez, “Carta a mis amigos” :

“Si por un instante Dios me regalara un trozo de vida... dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen. Escucharía cuando los demás hablan y cómo disfrutaría de un buen helado de chocolate…Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por si me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero, que nunca te olvidaré… Mantén a los que amas cerca de ti, diles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles “lo siento”, “perdóname”, “por favor”, “gracias” y todas las palabras de amor que conoces. Nadie te recordará por tus pensamientos secretos…”.

Se queda pensando.

-Entonces algo de razón tiene Carlos.

-La conciencia de la muerte te puede ayudar a vivir más plenamente tu vida.

 

Es el día siguiente y Narciso está desayunando en el balcón de su casa.

Se le ocurre repasar los poemas y el navegador de internet le hace descubrir algo insólito:

Ambos textos literarios son falsos. Nunca fueron escritos por esos famosos autores.

¡Otra falsedad!

Se pone a contemplar el cielo. Es una hermosa mañana de primavera. El cielo se va poniendo cada vez mas claro mientras el sol se abre paso entre las nubes.

Por dentro también siente una iluminación.








En este mismo blog podrás leer otros cuentos, relatos de viajes y crónicas. http://eduardofavierdubois.blogspot.com/







Comentarios

Entradas populares de este blog

La Providencia