Noruega, tierra de Vikingos
Después de una noche de navegación el crucero llega a Oslo, capital de
Noruega. El concepto de “noche” es relativo ya que la travesía desde Copenhague
es de 16 horas y aquí en verano hay apenas 6 horas de oscuridad. Noruega
significa “el camino hacia el norte” y el país tiene 2.500 kilómetros de punta
a punta, con un tercio de su territorio en el círculo polar ártico. La cálida
corriente del golfo de México permite la vida en estas latitudes. A diferencia
de Dinamarca, Noruega es un país grande, llano en el oeste y centro, y alto en
el este, con montañas, bosques, lagos y fiordos. Aquí se inventó el esquí
alpino o de fondo hace 4000 años y hay miles de kilómetros de pistas. Oslo está
en el final de un largo fiordo. Eso hace que la vista de la ciudad desde el
barco sea agradable. Es una pequeña bahía salpicada de veleros y con bajas
montañas de fondo. La bahía está enmarcada por un antiguo fuerte en el extremo
derecho (Fortaleza Akersus), un edificio ancho y compacto con dos torres
rectangulares en el centro (El ayuntamiento) y un modernísimo edificio en el
extremo izquierdo de la visión (Museo Astrup Fearnley).El barco va a estar en
puerto solo hoy y para aprovechar el tiempo hemos contratado a un guía local en
español.
Al bajar del crucero un hombre fornido, barbudo y pelirrojo tiene en
su mano un cartel con nuestros nombres. Su aspecto infunde respeto por no decir
temor y es tan alto que las nenas deben estirar el cuello para poder verle los
ojos. Nos damos a conocer y nos dice, buenos días, me llaman “Erik” y soy su
guía. Pregunten los que quieran que les voy a contestar…si yo quiero. Nos mira
serio y luego comienza a reírse a carcajadas. Todos nos relajamos y empezamos
la visita. Le preguntamos por su auto y nos señala un bote a motor amarrado a
pocos metros. Le preguntamos por donde empezamos y nos dice por lo más
importante: los barcos.
Mientras cruzamos la bahía hacia la península de “Bygdoy”, Erik nos
cuenta que los descubrimientos arqueológicos han comprobado desde hace un
tiempo que los vikingos no eran solo un pueblo de piratas sino que tenían
desarrollos culturales importantes en arte, tecnología, artesanías y comercio.
También que la religión y la mitología vikinga comparten muchos elementos con
la mitología griega y con la Biblia, tal como resulta de las Eddas, que son una
colección de poemas. Es así que, en forma similar a los griegos, los dioses
fueron creados por gigantes, hay entre todos ellos uno principal que es Odín
(como era Zeuz), hubo una primera pareja humana (como en la Biblia) creada por
Odín y sus hermanos, hay un cielo (monte Olimpo) llamado Asgard donde viven los
dioses, la tierra de los humanos (midgard) y un mundo de los muertos debajo de
ella. Un hijo de Odin es el dios Thor, protector de los débiles con su martillo
de poderes. Hay un diablo que es el dios Laki. Hay ángeles, que son las
Valquirias, doncellas guerreras que trasladaban a los héroes muertos en batalla
a un lugar, Valhalla, donde se los curaba para que volvieran a pelear. Hay una
profecía, como el apocalipsis, que relata el fin del mundo y la caída de los
dioses: al final de los tiempos habrá una batalla entre dioses buenos y malos
donde todos perecerán y solo sobrevivirá una pareja de humanos para fundar una
nueva era de felicidad en la tierra, ya sin dioses.
También nos cuenta que los vikingos fueron tomados dentro de la
política de estado de los últimos años como un elemento definitorio de la
identidad nacional y que ello explica la difusión actual de su cultura y su
identificación con Noruega, país que pasó cuatrocientos años (la noche negra)
bajo dominación de Dinamarca.
Al desembarcar en la península de Bygdoy nos encontramos con un
hermoso barrio residencial, con grandes casas de dos pisos y tejas esmaltadas.
Caminando pocas cuadras llegamos al Museo de los Barcos Vikingos, que alberga una
gran sala con tres barcos vikingos en muy buen estado, porque fueron
encontrados en enterramientos funerarios de grandes personajes. El mejor fue
encontrado en 1903, en la granja Oseberg, Vestfold, Noruega, mientras el dueño
excavaba un túmulo. La sepultura, que data de 834, estaba compuesta no solo por
la nave sino también por un carro, trineos, arreos, textiles, herramientas
agrícolas y artesanías, y el esqueleto de dos mujeres. Luego de recorrer el
museo, ver los barcos y los demás objetos, observar unos filmes sobre los
vikingos, sus costumbres y cómo se descubrieron los restos, quedamos impresionados.
Lo miramos a Erik que parece más emocionado que nosotros. Nos mira y nos cuenta
que él también desciende de los vikingos y que siempre en su familia fueron
admiradores de “Erik el Rojo”. Cuál fue su historia, preguntamos, dispuestos a
escuchar algo interesante, y Erik (el guía), nos la cuenta. Erik el Rojo había
nacido en Noruega, hijo de un exiliado por asesinato, y se había instalado en
Islanda (isla del hielo). Desde allí un día de 982 partió buscando unas tierras
que hacía un siglo habían sido vistas por un barco perdido. Así fue que
encontró y exploró Groenlandia, a la que bautizó con ese nombre (tierras
verdes) para atraer asentamientos de colonos desde Islandia. Y tuvo éxito ya
que en 985 logró volver con 13 naves y establecer una importante colonia.
Entusiasmado, continúa su relato: esos mismos vikingos noruegos fueron
los que llegaron a América antes que Colon. En efecto, Leiv Erikson, que vivía
en Groenlandia con Erik el Rojo, en uno de sus viajes hacia el oeste llegó a
una isla en América que bautizó “Vinland” por el sabor dulce del rocío sobre la
hierba. Esa presencia de los vikingos en América fue comprobada en 1960 por un
explorador noruego que se dedicó a investigar y posibilitó que, más tarde, se hicieran
excavaciones donde se encontraron restos de ocho casas de estilo vikingo en la localidad
de L´Anse aux Meadows, Terranova, Canadá.
Empapados del espíritu vikingo, nos compramos los consabidos cascos
con cuernos, anillos y demás accesorios en el shop del museo. Sofía se hace unas
fotos disfrazada de joven vikinga, que le salen muy bien. Ahora caminamos hasta
otros dos museos que, nos dice Erik, dejan claro que el espíritu de aventura de
los vikingos perdura en los noruegos. Un museo está dedicado al rompehielos
Fram, de Fridtjof Nansen, barco que entre 1893 y 1894 navegó hasta muy cerca
del polo norte y posibilitó que su dueño y un acompañante fueran los primeros
humanos en llegar al polo norte caminando sobre esquíes. El segundo museo está
dedicado a la expedición denominada Kon-Tiki de Thor Heyerhald, que en 1947 viajó
desde Perú hasta la Polinesia. En el mismo se encuentra la balsa original
utilizada, sus accesorios y toda la historia del viaje. La idea de este Thor
era probar que la polinesia habías sido poblada desde Sudamérica. En el mismo
museo, la balsa Ra II, es testimonio del viaje del mismo marino, en 1970, desde
Egipto hasta América, para probar que hubo contactos ancestrales entre las
culturas egipcias y precolombinas. (¿entonces nos miente el programa de History
Chanel “Alienígenas ancestrales”?). A esta altura ya nos sentimos vikingos y
grandes navegantes.
Para volver a la actualidad emprendemos el viaje de regreso a la
Ciudad y luego de pasear por la arteria principal, el Bolulevard Karl Johans
Gate, entre restaurante cafes y tiendas atestados de paseantes aprovechando el
sol, nos comemos unos bacalaos (especialidad del país) en el restaurante “Egon”,
acompañados por cervezas, como mandan las tradiciones nórdicas.
Ya entonados, ahora nos dirigimos por la misma avenida, hacia el
palacio real, pasando por el edificio neoclásico de la universidad de Oslo y
recorriendo los jardines aledaños, abiertos al público en demostración de sencillez
y apertura. El palacio real es una de las residencias reales menos ostentosas
de Europa y está ubicado sobre una elevación que permite verlo desde casi toda
la ciudad. En un mástil flamea la bandera nacional, que consiste en una cruz romana
azul con un borde blanco sobre un fondo rojo (es muy parecida a la danesa pero
no le decimos nada a Erik por respeto). Durante el recorrido Karl nos cuenta un poco
de historia. Nos dice que un poco antes del año 900 el rey Harald el Rubió
unificó todos los reinos de Noruega. En el año 1000 Olaf el Santo introdujo el
cristianismo. Luego de la independencia de Dinamarca, que fue en 1904, la
ciudad de Oslo recuperó su nombre ya que había sido rebautizada como
Christiania. Desde entonces tuvo tres reyes, el último es el actual soberano
Harald V, que vive en el palacio que estamos viendo. Hoy Noruega es una
monarquía constitucional, que decidió no ser parte de la Unión Europea, sin
perjuicio de haber construido un moderno estado de bienestar. Por suerte, en la
década del 70 se descubrieron petróleo y gas en la plataforma continental y hoy
es un gran exportador de esos productos, además de pescado, siendo el cuarto
país en transporte marítimo.
Las horas pasan, aunque el sol sigue brillando, y nos queda tiempo
para pocas visitas más.
Empezamos por el parque Vigeland, en el extremo oeste de la ciudad, donde
se exhiben unas 200 esculturas de Gustav Vigeland, la mayoría de granito y
bronce. Las estatuas del parque representan a las personas en todas las fases
de la vida, siendo la más conocida la del niño enojado (Sinnataggen). Hay un
monolito de 17 metros de alto, con decenas de esculturas entrelazadas que es el
mayor del mundo en granito. Presenta 121 figuras humanas. ¡Impresionante! De
vuelta al centro pasamos por un centro dedicado al dramaturgo noruego Henrik
Ibsen, de fama mundial por sus obras “Casa de Muñecas” y “Los espectros”, que
aquí es objeto de culto y tiene un festival en su honor. Luego hacemos una
recorrida por la Galería Nacional, donde entre famosos cuadros de Van Gogh,
Goya, Picasso y Dalí, encontramos el buscado: “El grito”, de Edvard Munch,
mundialmente famoso. El cuadro fue robado y recuperado dos veces. Nos cuenta
que Munch tuvo una infancia atormentada por la enfermedad y muerte de su madre
y hermana, trauma que lo acompañó toda la vida y quedó plasmado en esa obra y
en “La muerte y la doncella”, que, esa sí, está en el Museo Munch. Vicky queda impresionada
por “El grito”, que le recuerda a un personaje de terror.
Ya en camino al barco, Erik nos cuenta sobre unos personajes locales
conocidos en todo el mundo: los “Trols”. Estos personajes de leyenda, parecidos
a los humanos pero de diferentes tamaños y cantidades de dedos, ojos o cabezas,
solo se podían ver cuando no había sol. Su ira no tenía límites por lo que
había que llevarse bien, respetarlos y dejarles comida preparada. Eran muy
fuertes, malignos y peligrosos pero, al mismo tiempo, muy estúpidos, por lo que
a veces daban lástima. Luego de contar la historia, Erik se pone serio y nos
dice: Los trols no existen pero, por las dudas, no nos riamos de ellos, no vaya
a ser que…
En el momento de la despedida, frente al crucero listo para zarpar, ya
somos casi amigos con Erik. Besa a las nenas, abraza a Lucía (durante demasiado
tiempo para mi gusto) y luego me aprieta muy fuerte la mano, me mira a los ojos
y me dice: no me olviden. En este momento todos tenemos los ojos nublados.
¿quién dijo que los vikingos no tienen corazón?.
Excelente relato Eduardo! Seguiremos la.saga de tu viaje para disfrutarlo! Abrazo.
ResponderEliminarEnry
Excelente. Fui vikingo en otra vida. Saludos
ResponderEliminarExcelente Narrativa. Gracias por hacerme revivir un viaje realizado, que contado así, se vuelve más cercano. Analia
ResponderEliminar