El camino a Machu Picchu.
Para llegar a Machu Picchu hay que partir de la
ciudad de Cusco. Entre un lugar y otro hay un camino muy interesante que hoy
comenzamos a recorrer y donde vamos a subir y bajar para descender de los 3.300
mts. del Cusco a los 2.400 de Machu Picchu.
Nos pasan a buscar en una camioneta por el hotel muy
temprano. Vamos a recorrer, en primer lugar, el “Valle Sagrado del Inca”, en un
camino que sigue el cauce del río Vilcanota-Urubamba de sureste a noroeste entre
las poblaciones de Pisaq y Ollantaytambo. Nos acompañan el chofer George y una
simpática guía llamada Catherine. Sigo mi viaje con Dicky y Carlos, todos mayores
de sesenta y ex compañeros de colegio. Nos dice Catherine que en ambos lados
del río los incas construyeron complejos administrativos y religiosos, zonas de
cultivo y una vasta red de canales y andenes. El valle era sagrado para los
incas por ser el reflejo del río celestial formado por la vía láctea ya que
tenían grandes conocimientos astronómicos a pesar de no conocer ni el vidrio ni
el telescopio. Enseguida nos atrapa el paisaje: verdes montañas, anchos valles,
por todos lados cultivos, caminos serpenteados y el río de aguas muy rápidas,
todo bajo la vigilancia de una enorme montaña: el nevado de Salcantay. Nos
cuenta Catherine que a pesar de estar cerca del océano Pacífico, las aguas del
río desembocan en el Atlántico, por ser tributarias del rio Amazonas. Es toda
una región fronteriza entre la sierra y la selva. Si bien estamos en la época “seca”
del año, ello no impide algunas lluvias. Mientras vamos avanzando por la carretera
Catherine nos cuenta algunas características y particularidades del imperio
inca. Nos dice que nunca hubo un pueblo llamado “los incas” sino que inca era
el nombre del jefe, siendo el pueblo el de los quechuas, por hablar ese idioma.
Agrega que la expansión desde Cusco empezó por casualidad al repeler una
invasión de los Chancas; que el imperio duró apenas cien años pero que llegó a
ser el más grande de América desde el sur de Colombia hasta el norte de Chile y
de Argentina, abarcando los actuales países de
Ecuador, Perú y Bolivia. En medio del interesante relato aparece nuestra
primera parada, el complejo inca de Pisaq (perdiz). Vemos al este un sistema de
andenes o terrazas de agricultura que cubre toda la ladera del cerro, que
también tenían como función dar prestigio a los incas e integrarse con la
montaña, que era considerada una deidad (apus). Del otro lado, en el sector
Intihuatana, están ubicados los restos de palacios y templos, con rocas pulidas
y perfectamente ensambladas. Nos impresionan las tumbas cavadas en la montaña. En
todos lados, hay turistas sacando fotos y vendedores de productos locales de
toda clase que acrecientan el colorido del lugar.
Después de un rato y de algunas subidas y fotos,
seguimos nuestro camino, subiendo y bajando mientras bordeamos al río, hasta
llegar a Moray, un complejo arqueológico donde se observan cuatro grupos de
andenes circulares, concéntricos, a 3.500 mts. de altura. Nos cuenta Catherine
que era un complejo de investigación agrícola donde se experimentaban diversos
cultivos a distintas temperaturas y que los incas llegaron a desarrollar 300
especies distintas de papas. ¡Increíble!.
Finalmente, arribamos a Ollantaytambo. Comprobamos aqui
que a medida que nos acercamos a Machu Picchu cada lugar es más lindo. Nos
llama la atención una enorme cara incaica tallada en una montaña. Es la del
dios Tunupa, nos dice Catherine, y fue erigida como homenaje pero también para
señalar su vigilancia sobre los mortales. Abajo está el pueblo, que permanece
habitado desde la época incaica, y arriba un gran complejo administrativo,
ceremonial –con un camino de tumbas- y de producción agrícola, con enormes
terrazas. Aquí se instaló Manco Inca cuando se rebeló contra los españoles y
asedió al Cusco en 1536 nos cuenta Catherine.
Pasamos la tarde en el pueblo, recorriendo sus
sectores incas e hispanos y viendo distintas artesanías y productos locales.
Cenamos temprano pero en forma incorrecta. Con el afán de probar platos locales
comemos un “chirigucho”, que es una comida fría con carne, pollo, cuis, pastel
de maíz y “cau cau”, acompañado con chicha. No nos cae muy bien y dormimos mal.
Al otro día, madrugamos para la gran aventura:
hacer a pie el famoso camino del Inca, pero en el trecho corto, apto para
mayores de sesenta, que va del kilómetro 104 del tren hasta la ciudadela de
Machu Picchu. Son solo doce kilómetros en el mapa pero exige una jornada de
todo un día de caminata.
Vamos temprano a la estación a tomar el tren. En
este momento recuerdo mi viaje de hace cuarenta años cuando estuve aquí como un
joven mochilero barbudo más preocupado por la aventura que por la historia y la
cultura. El tren es distinto, muy lindo, pintado de azul, con cómodos asientos
y ventanales en el techo para ver las montañas y el cielo. Tiene un servicio de
desayuno que aplaca nuestra ansiedad. Avisamos al guarda que pare en el
apeadero del Km. 104 donde nos dijo la agencia que nos espera un guía. Nos
informaron que va a haber momentos de frío y otros de mucho calor y que puede
llover, por lo que llevamos zapatillas de treking, camperas, remeras, una capa,
una mochila con una muda de ropa, varios pares de medias y una bolsa de comida
que nos preparó la agencia con una tarta de verdura, frutas, aguas, jugos,
chocolate y caramelos. Muy linda pero pesa una barbaridad. El viaje se hace
corto y estamos atentos a la parada. Por fin llegamos al famoso Km. 104, el
tren para y nos está esperando Richard Marín Dávila, un joven guía de 33 años,
nos sonríe, cruzamos un puente y empieza la aventura.
Del otro lado del río hay una especie de campamento
llamado Chachabamba donde compramos agua y Richard nos instruye sobre el camino.
En seguida empezamos la caminata y ahora Richard nos habla de la Pachamama, que
es la diosa madre tierra, de cómo nos provee de todo lo que necesitamos y
también nos pide compensar todo lo que le saquemos. Lo vemos convencido, un
verdadero creyente de una religión casi extinguida pero que hoy llamaríamos
ecología. Nos contagia su entusiasmo y su fe. El camino se empieza a hacer difícil.
Por momentos parece una gran escalera de piedra con interminables subidas y
bajadas. Sentimos el esfuerzo. Dicky se agota pronto y Richard se ofrece para
llevarle la mochila, que cada vez pesa más. Pongo fuerte la música del celular
para animar al grupo. Al mismo tiempo hay una gran compensación: el paisaje,
que es extraordinariamente bello, selva subtropical por un lado, ya que nos
adentramos en la selva alta peruana, y precipicio por el otro lado, donde el
río Urubamba ruge en el fondo. Hay muchas orquídeas y se me ocurre cortar una.
Cuando Richard me ve, me reprende amablemente y la vuelta a plantar. Todo es
sagrado y nada debe ser modificado sin una causa y una compensación. Por
momentos aparece algún colibrí y hace su danza sobre las flores. Cruzamos
varios arroyos sobre puentes precarios, vemos pequeñas cascadas y hacemos
muchas paradas para recuperar el aliento. Por momentos alcanzamos o somos
sobrepasados por otros aventureros como nosotros, generalmente europeos. Nos
saludamos sintiéndonos parte de lo mismo. Nos cuenta Richard que en la zona,
que es una reserva natural, vive el famoso oso de anteojos. Carlos se preocupa,
porque conoce a los peligrosos osos de California, pero Richard le dice que son
pequeños y nunca atacan. También hay pumas pero mucho más lejos, por suerte. En
el camino encontramos dos construcciones incaicas muy bellas, primero la Wiñay
Wayna (siempre joven), que es el nombre de la orquídea local, y luego el
Intipata, con sus cuarenta y cinco andenes agrícolas que cortan la montaña y la
embellecen. En esos andenes descansan los caminantes mientras muy cerca juegan
las llamas como si fueran sus mascotas. En estas paradas, con la cara al sol,
se siente a pleno la enorme energía de estas montañas y uno entiende porque
eran sagradas. En un momento estamos por desfallecer y descubrimos un arco iris
sobre el río que nos renueva la energía. Después de todo un día de marcha, al cruzar
otro brazo del río nos topamos con el campamento final. Un gran número de
carpas y de caminantes descansan luego de
tres días de marcha para salir antes del alba al día siguiente y llegar
a la puerta del sol en la madrugada. Nosotros lo haremos hoy mismo, si Dios
quiere. Estamos muy cansados, Dicky por suerte pudo continuar su marcha pero
viene algo retrasado. De golpe, luego de una curva del camino…llegamos a la
puerta del sol (Inti Punku), desde la cuál el camino baja y puede verse todo el
complejo de Machu Picchu en su grandiosidad y hermosura. Hay un momento de
decepción. Solo se ven nubes bajas y tenemos que imaginarnos lo que hay detrás.
Otros caminantes nos acompañan frustrados. Pasa un rato y, de golpe, mientras
descansamos y charlamos, las nubes se elevan y vemos a la ciudadela con todo su
esplendor. Nos reímos, tomamos fotos, cantamos, bailamos, la contemplación de
Machu Picchu, coronado por detrás por el Huayna Picchu (montaña joven),
justifica, compensa y premia todo el esfuerzo. Es un momento de epifanía.
Ahora la bajada es larga pero gloriosa. Anochece y
dejamos la visita al complejo para el día siguiente, tomamos el ómnibus bajando
del cerro y llegamos al paraje de “Aguas Calientes”, donde está la estación del
tren. Me sorprende su crecimiento. Ahora es casi un verdadero pueblo, con
hoteles, restaurantes, comercios y hasta una escuela, pero sin automóviles.
Todo es peatonal y en plano inclinado. Cenamos algo y nos desmayamos en un
pequeño hotel.
Al día siguiente nos pasa a buscar Richard y
recorremos todo el complejo de Machu Picchu, bajo una lluvia por momentos
impiadosa. Comienza diciéndonos que las ruinas eran conocidas antes, con el
nombre de “Patallaqta”, pero que fueron descubiertas para el mundo en 1913 por
el explorador Hiram Bingham, un profesor de la Universidad de Yale (USA); Nos
dice que hay diversas teorías sobre la función que cumplía Machu Picchu en el
imperio inca: una fortaleza militar, un asentamiento religioso, una ciudad o un
centro administrativo, pero lo idea hoy predominante es que fue un palacio privado
del inca, y que todo lo demás estaba en función de ello, momento en que nos
muestra al Palacio Real. Mientras caminamos entre las ruinas Richard nos
muestra los andenes y graneros y nos cuenta que los incas eran grandes
agricultores que experimentaron y desarrollaron cientos de variedades de
plantas. Cuando vemos los muros, las piedras perfectamente cortadas, la
inclinación antisísmica, los terraplenes y los drenajes nos dice que Machu
Picchu es la obra cumbre de la ingeniería inca, que implica conocimientos
geológicos e hídricos aclarando que sus conocimientos los desarrollaron en base
a lo que aprendieron de otros pueblos, a los que dominaron sin esclavizar
exigiéndoles trabajo (la mita); Cuando observamos las viviendas, nos cuenta que
no tenían propiedad privada, y la producción se repartía por tercios entre la
comunidad, según sus necesidades, la religión y el emperador y sus
funcionarios; Agrega que no conocían el dinero y todo se basaba en un sistema
de trueque, un “tome y daca” de cosas y/o servicios; Cuando observamos los
depósitos (colcas) nos dice que llevaban las cuentas y los registros por un
complejo sistema de nudos y cordones (quipu); Cuando nos muestra el Templo del Cóndor,
nos cuenta que no tenían escritura pero había personas (amautas) destinadas a
memorizar y transmitir las tradiciones y hechos importantes; que para el Inca
el color negro era el que expresaba más pureza; Cuando vemos el Templo del Sol,
con sus dos ventanas que corresponden a los solsticios de verano e invierno,
nos cuenta que cultivaban las matemáticas, empleaban el cero y el sistema
métrico decimal, con un calendario de doce meses basado en la luna y con grandes
conocimientos astronómicos. La culminación del complejo es el “Intihuatana”, en
la cima de una elevación natural, que es la escultura de piedra más famosa, una
especie de reloj que “ataba al sol” en los equinoccios, alineado a las montañas
sagradas que rodean Machu Picchu. Aquí interviene Dicky y nos dice que su arquitectura
refleja el esteticismo y el oculto simbolismo del imperio inca. Es el fin de la
visita.
Ahora ya estamos en el tren de vuelta a Cusco. Cerramos
los ojos y vemos montañas, selvas y monumentos incas. Es de noche y de vez en cuando
el tren interrumpe el silencio del valle pitando a la oscuridad. Estamos agotados
y felices. Al pasar les pregunto a Carlos y Dicky, mis compañeros de viaje ¿Volverían
a Machu Picchu? Por supuesto, me contestan al unísono. El veredicto es unánime.
Cerquita también de Cusco también está Qenqo... y en el lugar venden artesanías maravillosas, hasta donde recuerdo. Es un viaje muy especial Eduardo y lo has narrado sensacional. También es un desafío físico, un ejercicio de negociación constante, un caleidoscopio de culturas entre turistas y nativos y diferentes etnias en Perú. Porque parificamos entre coyas, aymaras y quechuas, pero que tienen raíces culturales muy distintas y que conviven...un país fascinante, pero qué complejo es! El nuestro, plano en todos los sentidos, tiene menos pliegues pero muchas más aristas y conflictos. Es una gran experiencia ir y tu relato hace retornar todos los recuerdos de cuando fui. Gracias, abrazo y buen viaje!
ResponderEliminarMuchas gracias Jose por leerlo y tu agudo comentario. Abrazo.
EliminarViaje magnífico
ResponderEliminarBesos