El espejo



Es una mañana de sol en el bosque.

Como todas las jornadas salgo de mi casa temprano a recorrerlo para aprovechar. Tengo la corazonada de que hoy será mi día de suerte.

La nevada de anoche fue muy grande pero ya calmó y no hay casi viento. Esto es un gran privilegio en esta época del año.

Camino un largo rato por senderos ondulados. En el fondo se ven montañas marrones con sus picos nevados. Voy buscando, como siempre, nuevos rumbos, explorar lugares y encontrar oportunidades para sobrevivir.

Es un bosque de altos coihues donde por momentos hay cotos muy cerrados que apenas dejan pasar la luz del día. El piso está helado. Donde no hay nieve hay charcos de hielo. Va a tardar bastante en aparecer la gramilla.

Después de un rato largo de caminar hacia el sur veo un claro entre los frondosos árboles.

Hay una cabaña de troncos de madera. Es pequeña pero se ve linda de afuera. Las paredes son blancas y la única ventana está pintada de verde. Tiene un techo de tejas colorado y una chimenea de piedra.

Afuera hay una bomba de agua, un pequeño tanque y un buzón de correspondencia pintados de azul.

Me acerco movido por mi instintiva curiosidad. Nunca la vi antes.

Ahora veo que la puerta está abierta de par en par. Hago un rodeo por las dudas pero la ventana no permite ver el interior porque tiene un postigo cerrado.

Cuando voy entrando veo que la puerta, además de abierta, está rota y la cerradura desencajada.

Entro con cuidado. Adentro todo es silencio. Cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad veo que todo está desordenado.

Los cuadros de la pared están torcidos. Los adornos de porcelana tirados en el piso.

Hay un hogar que todavía mantiene cenizas humeantes junto a un gran caldero lleno de agua,  aún tibia.

El piso es de madera y veo marcas longitudinales, como si fueran arañazos.

En la pequeña mesa redonda del comedor hay un pedazo de torta, servilletas, galletas, cubiertos y dos platos con porciones mordisqueadas.

Junto a la mesa, en el piso, hay tazas y platos rotos. Una silla está rota y la otra caída.

El teléfono negro empotrado en la pared tiene el auricular colgando. Se escucha un leve tono. En el piso hay una libreta negra. Está abierta en una página que dice “emergencias”.

La puerta del único cuarto está cerrada.

Poco a poco me acerco y veo que también está arañada.

La abro lentamente y advierto que hay una tranca interior destrozada.

Contemplo lo tan temido: no hay nadie en la casa.

La cama está rota. El colchón deshecho con su interior de plumas a la vista. Las sábanas están ensangrentadas. El empapelado con flores de la pared está todo rasguñado.

Aparecen pelos grises por todas partes que se me pegan a los pies cuando camino. Debajo de la cama hay un camisón y un gorro de dormir blanco hechos girones.

En la mesita de luz, junto a una biblia y a un crucifijo, hay un vaso de agua con una dentadura postiza.

En el piso veo unos grandes anteojos de cristal destrozados.

Vuelvo al comedor y me siento un rato sobre la alfombra junto al hogar. Es de color rojo y está impecable como si fuera la única sobreviviente de un naufragio.

Me pregunto, ¿qué habrá pasado?

Siento hambre. No comí nada en toda la mañana y ya llevo varias horas desde que salí de casa. Voy a la cocina y no encuentro nada comestible. Me pongo de mal humor.

Vuelvo a recorrer el comedor con la mirada.

Detrás de la puerta de entrada descubro un gran perchero.

Me acerco a investigarlo. Tiene varios brazos con cosas colgadas. Una canasta con tapa. Una capa roja muy bonita. La capa por dentro está forrada en color rosa y tiene una simpática capucha.

Suspiro con resignación.

Alguien se me adelantó.

Hoy no es mi día de suerte.

Junto al perchero hay un pequeño espejo. Es ovalado y tiene un marco plateado.

Me observo en él.

Veo un gran lobo negro y hambriento que me mira de frente.

 

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