El sol en la ventana


 


La luz entra por la ventana del cuarto. La cama está hecha. Los almohadones en su lugar. En la pequeña biblioteca quedaron un par de libros. Leo sus títulos. Son de Harry Potter. Quizás no le interesaron, o tal vez fue por el apuro.

En una cesta de mimbre duermen sus muñecas. No me animé a preguntarle si se las iba a llevar. A veces, cuando la infancia termina, es mejor que termine de una sola vez.

Además, el día de la despedida yo no podía pensar en nada que no fuera acompañarla, estar a su lado, abrazarla.

Yo sé que no hay nada que lamentar, al contrario, hay que agradecer a Dios que se van cumpliendo las etapas de la vida.

Los niños deben crecer y dejar la casa de sus padres. También las niñas, como en el caso de Sol. Eso es como un mandato bíblico.

Para los hijos es relativamente fácil. Tienen todo el futuro por delante y no tienen tiempo de quedarse en el pasado, en su origen, en su familia, en sus padres.

Para los padres no es así. La sensación es ambigua. Sentimos alegría y felicidad por ellos. Y ausencia y pérdida por nosotros.

También arrepentimiento. Por esos momentos que no pasamos juntos. Por lo que postergamos. Por las veces que dimos prioridad a otras cosas: trabajar, estudiar, hacer deportes, vida social, en lugar de estar con ellos.

Ahora ya hace tres meses que está en Australia. Gracias a internet seguimos conectados. Mandamos mensajes de whatsapp, mensajes de voz, llamados, video llamados, incluso algún mail.

Pudimos seguir sus pasos. Su desembarco. Sus primeros momentos. Sus miedos. Su adaptación a la lengua, que es un inglés que suena muy distinto al que ella estudió. Su adaptación al departamento que comparte con dos estudiantes de otros países. Su adaptación a la Universidad, al régimen de clases y enseñanzas.

Todos códigos nuevos que, luego de momentos de zozobra, hoy ya incorporó a su propio ADN.

También tuvo que adaptarse a su empleo en el exterior. Es de camarera, como le pasa a casi todos los alumnos del plan.

Aquí ella era una persona atendida en bandeja de plata. Nunca le faltó nada. Nunca quisimos que pase las penurias que pasamos cuando éramos chicos. Cuando nuestros padres no nos podían comprar ropa ni mandar a un buen colegio, ni tenían un buen auto para salir a pasear.

Pero ahora es ella la que debe atender a otros y, sin embargo, sigue feliz, no le pesa, no la agobia.

Es que la Facultad es muy cara y el hecho de que trabaje ayuda a pagar la mitad de su matrícula, lo que es bueno para nosotros y es bueno para ella, que siente que se gana lo que tiene.

Ahora abro las puertas de su placard. Están todas las cosas que ella nunca usaba y que, menos aún, iba a llevar al viaje. Un viaje largo, de cuatro años, con vuelta indefinida...

De chica siempre quiso viajar y, por suerte, lo pudimos hacer juntos. Tiene pegado en la pared una suerte de mapamundi, donde marcó cada uno de los lugares que pudo visitar, bueno, que pudimos visitar. Uno de ellos fue Sidney, que aparece con un círculo rojo. Ahora ella está allí.

Siento como si la inmensidad del mundo se la hubiera llevado.

Justo ahora me suena el celular. Es ella. Solo podemos hablar muy temprano o muy tarde, y aquí son las 8 de la mañana.

Hola. Todo bien. Sí. Nosotros también. Bueno te corto porque estoy por entrar a un bar. Estoy cansada de las clases y del trabajo pero quiero relajarme un rato con mis compañeras de cuarto. Chau. Los quiero mucho.

Ahora miro su escritorio. Están sus lapiceras. Hay un cuaderno. Lo hojeo. Tiene algunas anotaciones fechadas. Es como un diario. Me mata la curiosidad.

Se fue de casa a los 19 años, siempre tuvimos buena relación y conversamos mucho, pero no estoy seguro si conocí realmente su interior. Era excelente para mí como hija pero ¿cómo era realmente como persona, como niña, como adolescente? ¿Cómo era para ella misma?

Ahora tengo una gran oportunidad…

Lo cierro de golpe. Debo resistir la tentación. Son cosas privadas que nadie debe ver.

Ni siquiera un padre que es un idiota. Que está feliz por su hija pero que siente que perdió algo importante, algo inigualable, algo como la propia luz del día.

Algo como el sol en la ventana.

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