La revelación
¿Conservás la inocencia?
El árbol prende y apaga sus luces de colores. Faltan dos días para Navidad. La casa es modesta pero está toda adornada para el gran acontecimiento.
Sentadas en un sillón, dos personas lo observan con
la mirada congelada.
Clarita tiene lágrimas en los ojos. Está triste y,
además, muy enojada.
Francisco se siente culpable, sufre y le gustaría
que todo pasara pronto.
Acaba de revelarle que Papa Noel no existe, que son
los padres, en el caso él y su esposa Elena, la mamá de Clarita.
Ella ya había escuchado antes y muchas veces esa afirmación
pero no la creía, ni tampoco quería creerla.
Hace unos años, cuando ella empezó a oir rumores al
respecto y le preguntó, él lo había negado. Le había contado que hay niños que
se portan mal a los que, por tal motivo, Papa Noel no les regala nada y sus
padres deben comprarles los regalos de Navidad, lo que no era el caso de ella.
La última vez, el año pasado, Clarita hizo la misma
pregunta ante reiterados comentarios de compañeros y amigas. Entonces la
respuesta de Francisco fue distinta. Le dijo que Papa Noel solo llevaba regalos
a los niños que verdaderamente creían en él y que, para los otros, dejaba ese
trabajo a los padres.
-¿Vos crees en Papa Noel?- le preguntó él.
-Sí, por supuesto- contestó ella sin vacilar.
Ambos se tranquilizaron y así siguió la cosa.
Pero este año, cuando Clarita cumplió once años, Francisco
y Elena se dieron cuenta de que su hija menor debía empezar el camino hacia la
madurez y que debían decirle la verdad, aunque le doliera.
Y se ve que le dolía mucho.
Clarita quiebra el silencio y exclama
-Entonces ya no hay nada en qué creer. Si no hay
Papa Noel no hay Reyes Magos, ni Ratón Pérez, ni hadas, ni sirenas, ni magia…¡Papá,
todo lo que me dijiste hasta ahora es falso!- dispara luego de una pausa, muy
enojada, mientras sigue con la mirada fija en el árbol.
-No es así- se defiende Francisco, quien también mantiene
los ojos puestos en el árbol, como si ninguno quisiera enfrentar abiertamente a
la mirada y al dolor del otro.
-Dios existe, los ángeles y los milagros también- agrega
él, no tanto por una convicción cristiana absoluta sino por el convencimiento
de que la creencia en una vida trascendente hace bien al alma humana, sean o no
cierta. Siempre estuvo convencido de que la fe tiene un gran valor en sí misma,
que opera milagros, da fuerzas, logra resultados y cambia vidas, con
independencia de que aquello en lo que se cree sea, a la postre, verdadero o
falso.
También él, como todo padre, siente que debe
transmitir esperanzas a sus hijos sobre la vida y el destino humano, aún más
allá de sus creencias personales.
-Lo que me dijiste es un “A.I”- le increpa ella, y
aclara -un “arruina infancia”.
-¡Podéis ir en paz!- declara solemnemente el
sacerdote en el centro del altar, al finalizar la misa de Nochebuena.
-¡Demos
gracias a Dios!- responden los feligreses, que colman la pequeña iglesia de un
barrio suburbano.
En el tercer banco, Francisco y Clarita siguen
arrodillados, junto con Elena y Paz, su hermana mayor. La familia tiene por
costumbre ir a misa en Nochebuena, antes de cenar. Francisco la propicia porque
le recuerda su infancia y, además, porque piensa que es una forma de dar
sentido espiritual a las fiestas de fin de año, tan contaminadas por el ruido y
el consumo. En particular siempre consideró que la Navidad es una fiesta de la
familia y del amor y una oportunidad para reflexionar sobre la vida interior de
las personas. Es que el nacimiento del niño Dios nos replantea la hermandad
entre todos los seres humanos y la necesidad de ver la vida como la ve un niño.
Eso la diferencia del año nuevo que, en su visión, solo se refiere al mito de
que se producirán cambios externos. Por eso para Francisco la Navidad es para
pasar en familia y el año nuevo para los amigos.
Pero esta vez Francisco estuvo toda la misa
pensando en su revelación a Clarita, en el dolor de ambos, en el fin de la
infancia, algo tan doloroso como necesario para crecer.
Había estado recordando su propia infancia, con sus
padres y numerosos hermanos, cuando a los once años sentía que comprendía la
vida, cómo era el mundo y lo que había que hacer para ser bueno y para ir al
cielo.
Había rememorado que cuando le contaron cómo vienen
los niños al mundo, lo había aceptado con naturalidad y sin sobresaltos,
incluyendo aquello que sus padres debían hacer en la intimidad para lograrlo.
En cambio, la noticia sobre la inexistencia de Papa
Noel lo había afectado profundamente. Nunca sus padres se lo habían confesado
directamente, a pesar de que ya era un secreto a voces entre sus hermanas
mayores. Pero en una Nochebuena Francisco se levantó de la cama para ir al baño
y, desde un rincón, pudo ver a su madre poniendo regalos en la larga fila de
zapatos junto al arbolito.
Fue un momento horrible. Sintió que se le venía el
mundo abajo, un mundo que hasta ese instante era feliz. Era el mundo de la inocencia,
donde todo estaba en su lugar, donde todo tenía sentido, donde todos los
mayores eran buenos, cuidaban a los niños y les decían siempre la verdad: ¡el dorado
mundo de la infancia perdido para siempre!
Con el tiempo, cuando tuvo sus propios hijos y mientras
estos eran chiquitos pudo comprobar algo en lo que nunca había pensado. La
magia de la Navidad no es solo para los niños sino que tiene dos dimensiones:
junto a la fascinación del que cree en ella, está la emoción del mago, del padre
o madre que la produce, aunque conozca el truco. Es la emoción del que da la
felicidad a otro, y es muy fuerte.
Fue así que volvió a emocionarse en las navidades y
días de reyes, con el armado del arbolito y del pesebre, las luces, y la mágica
aparición de los regalos después de las doce, a veces con su propia
intervención con un disfraz de Papa Noel.
Este recuerdo, lejos de producirle nostalgia, le
generó una idea esperanzadora.
Ahora todos se ponen de pie. Van saliendo en fila
india del templo no sin antes besar los pies del niño Jesús, sacado el pesebre
a ese efecto, en un rito de devoción colectiva.
Ya están en el auto volviendo a la casa. Los espera
la cena de Nochebuena.
-Que tal Clarita si este año sos vos la que se
distraza de Papa Noel- le dice Francisco, como al pasar.
-Sería muy lindo ya que viene Emilia, de tres años-
agrega Elena, que está al tanto de la situación.
-Si, a ella le encantaría ver a Papa Noel esta
noche- acota Paz, también queriendo ayudar.
Clarita guarda silencio un rato. Su sobrina Emilia
le encantó desde que nació y, en cada una de las visitas, generalmente los
domingos, aprovechaba mucho su presencia no solo para jugar y entretenerla sino
también para conocer y deleitarse con el mundo de los bebés. Clarita era la
menor y no tenía la experiencia de ver crecer a un hermano más chico.
-Ok, pero esto no cambia lo que me contaste ayer,
que es un “A.I.”- contesta Clarita después de un rato y manteniendo su enojo.
Bueno, piensa Francisco, vamos a ver qué pasa.
Puede ser un primer paso para ir superando la revelación “arruina infancia”.
Es la madrugada de Navidad. Clarita se despierta muy
temprano con sed. Su hermana duerme. Sus padres también. Va a la cocina a tomar
un vaso de agua. Mientras lo hace piensa en los acontecimientos de los últimos
días, en la horrible noticia que le dio su papá, justo antes de Navidad, pero
también en la alegría y el gozo que había experimentado al disfrazarse y
emocionar a Emilia. En fin, habrá que ir entrando al mundo adulto, se consuela.
Puede ser que haya compensaciones a lo perdido, piensa.
De repente mira su celular, que había quedado
cargando batería en la cocina y estaba prendido. Ve que hay un mensaje de voz
justo a la medianoche. Es de un número desconocido. Sabe que no debe
escucharlo, pero la curiosidad es más fuerte y lo escucha. Una voz muy dulce le
dice: “Clarita, nunca dejes de creer en la magia. La magia existe y lo que son
fantasías para algunas personas son realidades para otras siempre que crean en
ellas. Desde que naciste yo te cuido y guío tus pasos. Te voy a dar una prueba
sobre algo que ni tus padres conocen. Cuando tenía cinco años empezaste a andar
en bicicleta y una vez, mientras estabas dando una vuelta manzana por la
vereda, fuera de la mirada de tus padres, te ahogaste con un caramelo. Caíste
al piso, empezaste a descomponerte y a ponerte colorada. Te desesperaste. En
ese momento apareció una joven vistiendo un jogging rosa que te golpeó la
espalda y te hizo expulsar el caramelo y que desapareció después de salvarte la
vida y antes que pudieras decirle nada. Nunca se lo contaste a tus padres por
vergüenza. Es verdad que Papá Noel no existe pero el Ángel de la Guarda sí.
Aquí estoy. Tené fe en mí y siempre estarás protegida”.
No puede creer el mensaje. ¿Cómo podría esa voz
saber algo que nadie sabía de ella?. Era verdadero el episodio y también cierto
que no dijo nada a sus padres ni a su hermana ya que solo tenía permiso de andar
en bici hasta la esquina de su casa. Lo vuelve a escuchar muchas veces. Cada
vez le gusta más. Llega un momento que, muerta de sueño, apaga el celular y vuelve
a dormir a su cama.
Ahora ya es mediodía del día de Navidad. Clarita se
despierta tarde y muy cansada. Busca en el árbol, medio dormida, su regalo. Es un
lindo juego de pelota-paleta para la playa. Se van a la Costa, a la casa de
unos primos, dentro de unos días. Luego recoge su celular que quedó cargando en
la cocina. De pronto recuerda el mensaje de la noche anterior. Lo busca varias
veces pero no. No aparece. Resetea el
aparato con desesperación y el resultado es el mismo. No hay ningún mensaje
desde un número desconocido ni a las 12 de la noche ni a ninguna hora. Entonces
se da cuenta de que el mensaje había sido un sueño, un sueño lindo,
esperanzador, pero sueño al fin. ¡Qué lástima! Otra decepción para las
navidades. Había escuchado que la mente humana inventa cosas para protegerse y
justo le acababa de pasar a ella.
Se pone a desayunar con su familia en la cocina. Sigue
confundida por la revelación sobre Papá Noel. Están todos escuchando un
programa especial de radio, con canciones y temas de Navidad. El locutor
interrumpe para dar las noticias. En un momento Clarita escucha que con motivo
de la enorme cantidad de mensajes para Navidad, colapsaron las líneas y se
perdieron millones de mensajes enviados desde las 11,30 hasta las 12,30 hs de
la noche anterior. La compañía de internet presenta sus disculpas y se obliga a
transmitir gratis todos los llamados de año nuevo.
El corazón de Clarita empieza a latir muy fuerte…¡Qué
bueno! Entonces hay una posibilidad de que el mensaje haya sido real…
Ahora está muy feliz. Nunca podrá saber la
verdad, pero mientras mantenga su fe en el Ángel se va a sentir protegida toda la vida.
P.D.: Podés encontrar otros cuentos, crónicas y relatos de viajes en este mismo blog
P.D.: Podés encontrar otros cuentos, crónicas y relatos de viajes en este mismo blog
¡Me encantó este cuento también! Muchísimas gracias por compartirlo conmigo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Es uno de mis preferidos porque se vincula a la "inocencia". Eso tan puro y tan grande en todo ser humano.
EliminarMe ha movilizado su cuento.Hermoso..Gracias.
ResponderEliminarSelva Sañudo
ResponderEliminarHermoso cuento que me llevo a recordar mi propio enojo cuando supe la verrdad solo que tenia doce .años !!!
ResponderEliminarMuchas gracias
EliminarHERMOSO CUENTO, PARA MI ES TAMBIEN RECORDAR QUE SUFRI MUCHO CUANDO SUPE LA VERDAD. YO QUERIA UN REGALO Y MIS PADRES NO PODIAN COMPRARLO Y TUVIERON QUE DECIRMELO.
ResponderEliminarEs doloroso en su momento y dulce en la distancia. Muchas gracias.
EliminarMaravillosa historia !!! Es el inicio de la perdida de la inocencia que obtiene felicidad recibiendo y comenzara a ser feliz dando. Sin duda, Navidad y Reyes son fechas magicas para los niños. Pero para los adultos tambien. Somos niños grandes creando el hechizo y regalando alegrias.
ResponderEliminarHermoso cuento Eduardo! Un relato que aborda con mucho amor y realidad un momento especial de la infancia . Tambien hay muy buenas reflexiones . Gracias!
ResponderEliminarSi. La infancia de todos. Muchas gracias.
EliminarMuy lindo y emotivo. Brillante como siempre. Felices fiestas.
ResponderEliminarGracias y muy feliz año.
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