En el Gran Cañón del Colorado.


Seis camionetas cargadas de turistas y manejadas por indios navajos recorren una carretera al norte de Arizona. Son camionetas muy altas y abiertas, con filas laterales de asientos, lo que da al conjunto un aspecto de trencito de Disney World. Lo más gracioso es que hay cinturones de seguridad pero para dos personas juntas y a Dicky le tocó hacer pareja con un hindú.
Estamos en nuestro cuarto día de viaje y hoy vamos a visitar, primero, al “Cañón del Antílope”, ubicado también en una reserva de los indios navajos, en medio del desierto. Después, iremos al Gran Cañón del Colorado, el plato fuerte del viaje.
Al bajar del vehículo nos enfrentamos a la entrada de lo que parece una enorme cueva.




Nuestro guía se llama Rico y nos reúne a dar instrucciones antes de entrar. Nos asusta sobre el peligro de las de inundaciones relámpago, las que fueron uno de los motivos por los que este cañón ganó en popularidad, ya que originaron la muerte de once turistas en agosto de 1997.
Nos cuenta Rico que la formación geológica se fue horadando por el paso de corrientes de agua a través de un proceso de epigénesis durante miles de años, y que sus paredes llegan a alcanzar los 40 metros de altura en algunos puntos.



Entramos y vemos que se trata de una formación geológica que se recorre a pie, entre muy altas paredes circulares de tonalidades rojizas, lo que crea un ambiente mágico. El piso es de arena y las paredes de piedra arenosa




Mientras vamos cruzando el cañón, que es como un túnel con el techo abierto, Rico nos va haciendo juegos de luces y nos toma fotografías con la calidad de un profesional. Vamos en grupos de doce personas, con grupos adelante y otros detrás. Al llegar al final, pegamos media vuelta y debemos volver a “contramano” de los que empezaron después, en un ejercicio interesante y divertido.
El “trencito” nos lleva de vuelta a Page, de donde partimos hacia el sur por la ruta 89.
La ruta es hermosa, cambiante, con valles, montañas y desiertos, y venta de artesanías navajas a los costados.
Mas tarde cruzamos el río colorado y vemos el antiguo puente de hierro. Es majestuoso. Tomando la ruta 64 llegamos a la entrada del Parque del Grán Cañon del Colorado.




Adentro, nos alojamos en el “Yavapai Lodge”, un hotel tradicional y popular construido en los años cincuenta para atender a los turistas que venían por la Ruta 66 a ver el Gran Cañón.
Al pedir información en el Centro de Visitantes, nos atiende Kevin, un joven guarda parque, quien nos cuenta, muy entusiasmado, que este año el Parque cumple cien años y nos recomienda ver una película instructiva que pasan allí cada treinta minutos. Le hacemos caso.



La película es muy interesante no solo por sus hermosas tomas de paisajes sino también por toda la información que brinda. Así fue como nos enteramos que este Parque fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1979 por la UNESCO.
El Cañón fue creado por el río Colorado, cuyo cauce socavó el terreno durante millones de años. Tiene unos 446 km de longitud, cuenta con cordilleras de entre 6 y 29 km de anchura y alcanza profundidades de más de 1600 m. Cerca de 2000 millones de años de la historia de la Tierra han quedado expuestos pero  el Gran Cañón tiene probablemente menos de seis millones de años de antigüedad
El Gran Cañón fue visitado por la expedición de Francisco Vázquez de Coronado. El primer europeo que lo vió fue García López de Cárdenas, ​ que al mando de un puñado de hombres partió desde la población indígena que los españoles llamaron Quivira siguiendo la leyenda de las siete ciudades de oro. Después de 20 días de viaje exploratorio encontraron el Gran Cañón, pero como no pudieron bajar hasta el río para abastecerse de agua, y después de varios intentos, decidieron regresar.
La primera expedición científica fue liderada por el comandante del ejército de los Estados Unidos John Wesley Powel en 1869.
Las actividades mas populares para hacer dentro del Parque, además de la visita turística ocasional al borde sur con sus 2134 metros sobre el nivel del mar, son el rafting  y el treking. El fondo del valle solo es accesible caminando, en mula o en bote descendiendo desde la parte superior del río.




Terminada la película, y con mapas en la mano, nos dirigimos al borde del cañón para contemplarlo por primera vez.




Es el atardecer y la vista es grandiosa. De paso visitamos el museo Tuyasan donde hay una exposición sobre las distintas etapas geológicas y las culturas primitivas.
Se empieza a ocultar el sol y la vista nos conmueve.




Por la noche cenamos en “The Tavern” y caemos muertos a dormir.

En la mañana de nuestro quinto día vamos para el aeropuerto donde nos atiende Shayne, una joven morena que nos consigue un vuelo en español y solo para nosotros tres. Luego hay que cumplir los ritos. Primero pesarnos en una balanza, para ver la ubicación de cada uno en la nave. Segundo, ver una película instructiva sobre las condiciones de seguridad dentro y fuera del helicóptero, a donde no se pueden llevar sombrero ni mochila; Tercero…esperar la llegada de nuestra nave afuera un rato largo y muertos de frío. Lo singular es ver el nerviosismo de la gente esperando por embarcar, que se nos contagia. La mayoría son franceses y japoneses.


Vemos a la derecha del verde bosque una inmensa garganta de piedra. El helicóptero gira y se dirige a ella. En los auriculares estamos escuchando la música de la película “2001 Odisea del Espacio”. Cuando pasamos el borde nuestra nave empieza a descender. Estamos volando adentro de una de las siete maravillas del mundo. El paisaje es conmovedor, como si dentro de un gigantesco cráter se erigieran, entre serpenteantes precipicios, montañas de diversos tamaños y colores, que culminan en formas que parecen templos o fortalezas primitivas.
Estamos haciendo un viaje de treinta minutos en helicóptero de la compañía Papillón.


Ahora que el helicóptero ya bajó saludamos a Joseph, el piloto, y damos gracias a Dios, primero por estar vivos, y luego por esa gran contemplación de la naturaleza. Lo sentí como un viaje a un pasado remoto y a las entrañas de la tierra. Un viaje espiritual al origen del mundo. Nos abrazamos. Es un momento de epifanía.

Volvemos a la camioneta y, luego de almorzar en un poblado cercano, al solo efecto de tener internet, porque el del hotel es malo, nos vamos a recorrer el borde del cañón.
Paramos en un lugar llamado “Mother Point” y donde hay un “anfiteatro” para ver el paisaje. Sacamos fotos y charlamos con otros turistas, según nuestra costumbre. Hay allí, además, una escalinata de piedra para descender al fondo del cañón. 




Según un cartel en tres horas y media se llega hasta una mina. Dicky nos propone que bajemos y que el nos espera. Así lo hacemos. Al bajar con Carlos el paisaje es hermoso y cambiante, pero la caminata es extenuante. A la media hora decidimos regresar. En el trayecto cruzamos jóvenes que volvían del fondo y otros que emprendían la bajada. Estaban muy entusiasmados. Al salir encontramos a Dicky con frío ya que nos llevamos las llaves del auto al paseo. 



Seguimos el viaje hasta el extremo este del Parque donde hay una torre muy particular. Es la “Desert View”. 





La torre es hermosa, no es original sino construida a la manera en que lo hubieran hecho los indios pero, además, muy bien decorada. Su interior es acogedor y tiene una vista sobre el cañón que es inigualable. Una hermosa visita. Al salir charlamos con un grupo de italianos muy entusiasmados con el Parque.
En el camino de vuelta, de golpe, se nos cruza corriendo a toda velocidad una pareja de pequeños ciervos que desaparece en seguida. Casi los pisamos. Por suerte, más tarde, vemos al costado de la ruta dos ciervos más grandes, que comen hierba sin reparar en los turistas que paran a sacarles fotos, como nosotros. Un lindo contacto con la fauna silvestre.




Posteriormente nos vamos para conocer un hotel icónico del Cañón, el famoso “El Tovar”, que sería el equivalente a nuestro Llao-Llao. Es hermoso, señorial y muy bien decorado con cabezas de ciervos, chimenea de troncos y sillones. 




Como no hay lugar allí para cenar, caminamos por el borde hasta el “Arizona Steakhouse”, donde tenemos que hacer una larga espera. 
Vemos pasar antes a gente que llegó desíes. Carlos se queja, se enoja y habla con el gerente. Al final nos dan explicaciones y regalan el postre. Nunca sabremos si fue por discriminación, porque somos latinos, o simplemente mala organización. Recordamos que Arizona tiene la peor legislación contra la inmigración. De todos modos con la buena comida se nos pasa el malestar..
Nos llama la atención que, aquí y en la mayoría de los locales, hay un cartel en la puerta prohibiendo el ingreso con armas de fuego. Se ve que son de venta libre.
Ahora ya estamos listos para ir a la cama y seguir soñando…con el Gran Cañon del Colorado, un prodigio de la naturaleza que hay que contemplar.

4/7. En este mismo blog podrás leer otros capítulos del viaje, relatos de otros viajes, cuentos y crónicas. http://eduardofavierdubois.blogspot.com/

























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