El final de la Ruta 66 en California.
Amanecemos en Barstow, una ciudad de California a seis horas de Los Ángeles. Hoy es nuestro último día de viaje y tenemos que llegar hasta Santa Mónica, la playa, donde termina la Ruta 66.
Vamos a
ir a desayunar al icónico Café Bagdad, que está cerca de allí, aunque va a ser
la segunda vez que lo visitamos.
Es que ayer,
impacientes por conocerlo, se nos ocurrió buscarlo al atardecer cuando
volvíamos del Valle de la Muerte. Nos salimos de la autopista sin mucha idea y
pedimos instrucciones en una gasolinera. Así fue que llegamos, en la oscuridad
y con ciertos temores, a un camino sin luces y sin tránsito. Avanzamos y, de
repente, vemos un cartel que decía “Ruta 66”. Había luna llena y la visión del
cartel nos emocionó. Habíamos reencontrado la ruta después de dos días y fue
una alegría.
Luego nos
pusimos a buscar el Café Bagdad. Sobre la 66 no había luces ni casi
construcciones. Después de un largo rato encontramos alguien a quien preguntar
y nos dijo que el Café estaba muy cerca
pero que estaba cerrado porque abre solo de día. Nos sugirió que volviéramos al
día siguiente. Con esa idea desandamos el camino hacia la autopista pero muy
atentos. Fue así que vimos el perfil de una marquesina apagada. Paramos y era el
edificio del Café Bagdad que estaba cerrado. En nuestro entusiasmo tocamos
bocina y nos abrió Gilbert, un señor que trabaja en el local y vive allí mismo,
en una casita rodante. Le contamos que veníamos de Argentina y, muy amable
prendió todas las luces y nos invitó una cerveza. Contentos nos sacamos fotos.
Fue un momento de epifanía.
Luego
Gilbert nos contó la historia. Nos dijo que los dueños son una familia belga,
los Pruets, quienes compraron el restaurante en 1995 cuando se llamaba “The Sidewinder
Café”. Que como allí se había filmado en 1987 la famosa película alemana
titulada “Bagdad Café”, dirigida por Percy Adlon, decidieron cambiarle el nombre
para aprovechar su fama, convirtiéndola en un polo de atención de los turistas.
Nos
recuerda que la película es una comedia que
transcurre en este lugar, ubicado en el desierto de Mojave. La historia comienza cuando una turista alemana, luego de
pelearse con su marido se refugia en el Café y Motel, que es regentado por una
mujer negra. Allí, luego de una gran desconfianza inicial, y de la aparición de
curiosos personajes, surgirá entre ellas una verdadera amistad.
Muy contentos con la información nos despedimos de Gilbert
con la promesa de volver al día siguiente, para ver el lugar en su plenitud.
Ahora
que vamos hacia el lugar todo lo que anoche parecía tenebroso es luminoso. Al
llegar a la Ruta 66 empezamos a ver pintado el logo en el piso de la carretera
cada cierta distancia. Paramos y lo fotografiamos.
Durante
el camino, que es paralelo a las vías férreas que unen el Atlántico con el
Pacífico, vemos larguísimas formaciones de trenes. Tienen tres locomotoras y
llevan vagones cargando trailers de camiones y contendeores. Impresionan.
La
llegada al Bagdad Café es hoy hermosa. Afuera hay autos y adentro varias mesas
con turistas. Nos recibe personalmente la dueña, madame Pruets, quien atiende
el negocio junto con el cocinero Michel y nuestro conocido Gilbert.
La decoración es encantadora y hay todo tipo de recuerdos dejados por turistas de todo el mundo: banderines, calcomanías, mensajes, etc. Hay un salón lleno de banderas en el techo donde luego de un rato encontramos a la Argentina. Nos sacamos fotos. Hay un libro de firmas, que lleva muchísimos volúmenes, donde estampamos las nuestras. Se pueden comprar tasas de recuerdo con el logo.
La decoración es encantadora y hay todo tipo de recuerdos dejados por turistas de todo el mundo: banderines, calcomanías, mensajes, etc. Hay un salón lleno de banderas en el techo donde luego de un rato encontramos a la Argentina. Nos sacamos fotos. Hay un libro de firmas, que lleva muchísimos volúmenes, donde estampamos las nuestras. Se pueden comprar tasas de recuerdo con el logo.
Ya
no nos quedan dudas de que el Café Bagdad es una de las Mecas de la Ruta 66.
En
la mesa de al lado hay unos turistas de Dinamarca con los que nos ponemos a
charlar, en particular Dicky que es de ese origen.
También
conversamos algo con la dueña, que es un poco parca y en lugar de atendernos está sentada como una clienta más. Después de
un rato conseguimos que nos sirvieran dos cafés, los que vinieron sin plato y
sin cuchara. En fín, el lugar es encantador como santuario pero no tanto como
restaurante.
Ahora
seguimos por la ruta hacia el Oeste en dirección al antiguo pueblo de Oro
Grande, ubicando en lo que antes fuera el camino colonial entre México y
California. Es un viejo pueblo minero que, al acabarse el oro y la plata, se transformó
hacia la industria del cemento. En el camino se observan gigantescas fábricas e
instalaciones y trenes especialmente equipados para su transporte.
Llegamos
a una cuadra donde vemos comercios alusivos a la Ruta 66 y paramos. La
decoración de los lugares es una mezcla de “pop” y “retro”: hay una vaca arriba
de un techo; una pequeña casa rodante con un tenedor y cuchillo gigantes en el
techo; paredes pintadas y dibujadas; leyendas y decoraciones con temas del Lejano
Oeste, etc.
Visitamos
los negocios, que en la mayoría son de antigüedades. Luego vemos una gran
galería, que da a un largo patio. La visitamos. Hay toda clase de cosas vintage
y de época.
Es el paraíso de los anticuarios. Carlos y Dicky se entusiasman y hacen un largo recorrido comprando algunas cositas. A mi me llaman la atención caballitos de madera para niños y que ya está preparada la decoración de Hallowin.
Es el paraíso de los anticuarios. Carlos y Dicky se entusiasman y hacen un largo recorrido comprando algunas cositas. A mi me llaman la atención caballitos de madera para niños y que ya está preparada la decoración de Hallowin.
Siguiendo la Ruta llegamos ahora al pueblo de Victorville, a un lugar que será nuestra última parada del camino: el “Museo de la Ruta 66”.
El local no es atractivo desde afuera ni muy grande, pero adentro tiene todo lo que el imaginario colectivo atribuye a la Ruta 66 y a los años cincuenta en los Estados Unidos. Vemos así, en distintos sectores, temas de indios, cowboys, autos antiguos, gasolineras, motocicletas, moteles, casas rodantes, películas, desiertos, montañas y parques. También todo tipo de souvenirs en remeras, gorras, llaveros, ceniceros, etc. Hay una colección completa de autos miniaturas. Aproveché y me compre de pequeño “corvette”, como el de la serie Ruta 66. Es hermoso. También encontré el tan buscado mapa carretero y específico de la Ruta 66. Lo compré como recuerdo o para algún amigo que quiera hacer el viaje.
Dada la hora, decidimos encarar para Santa Mónica. Luego de perdernos, encontramos una ruta que nos llevó a una autopista con la que pudimos entrar al centro de Los Ángeles.
Después
de un par de horas, a las cinco de la tarde llegamos a la playa de Santa
Mónica.
Dejamos las cosas en un hotel y salimos a caminar. Es una tarde de sol en un día domingo. La costanera está atestada de gente que camina de un lado al otro, mira el paisaje o toma sol. Nuestro principal objetivo es encontrar el logo que marca el final de la Ruta 66, para sacarnos la foto del fin del viaje. No es fácil.
Dejamos las cosas en un hotel y salimos a caminar. Es una tarde de sol en un día domingo. La costanera está atestada de gente que camina de un lado al otro, mira el paisaje o toma sol. Nuestro principal objetivo es encontrar el logo que marca el final de la Ruta 66, para sacarnos la foto del fin del viaje. No es fácil.
Preguntamos
a un vendedor ambulante y nos da referencias imprecisas. Al final, caminado por
la rambla encontramos un centro de atención al visitante en cuya pared figuran
el logo y la leyenda del fin de la Ruta. Nos fotografiamos y charlamos con unos
franceses. Luego, entrando a caminar por el muelle, vemos un quiosco que vende recuerdos donde también aparece la leyenda de la terminación de la Ruta. Nuevas fotos.
Finalmente, unos metros adelante vemos una fila de turistas para sacarse fotos frente a un cartel…es el que marca el fin de la Ruta 66. Hacemos la cola y nos fotografiamos. En un momento de gran emoción.
Después vamos a cumplir algunas “promesas” o ritos finales. Dicky, que está en plena recuperación, quería ir a la “vuelta al mundo” del muelle. Lo acompaño y nos volvemos a sentir como niños en un parque de diversiones. Las vistas desde lo alto son extraordinarias: la ciudad, la playa, el mar, el muelle, el parque de diversiones y, sobre todo, la puesta de sol sobre el Pacífico. Magnífico.
Posteriormente
yo cumplo mi promesa: meterme al mar. Ya está oscuro y la temperatura bajó,
pero voy a cumplir. Los muchachos me acompañan hasta la orilla y cuidan mi
ropa. El agua, por suerte, esta templada. Me sumerjo y nado unos minutos. Me
siento feliz y agradecido de haber podido hacer el viaje. Es un momento de plenitud.
Ahora
estamos los tres cenando en el “Bubba Gamp” del muelle. Es una cadena de
restaurantes de mariscos que reproduce todos las escenas y los íconos de la
famosa película “Forrest Gump”, donde actuó Tom Hanks. Allí aparece una escena filmada en un lugar donde estuvimos hace cuatro días, cerca de "Monument Valley".
Sentimos la alegría de haber podido realizar el viaje y de volver cada uno a su casa, a su vida cotidiana, a sus amores. Pero también cierta sensación de pérdida y vacío que tiene un solo remedio: programar un próximo viaje. Protegidos por esa idea nos despedimos en la paz del anochecer en la playa.
7/7. En este mismo blog podrás leer los otros capítulos del viaje . http://eduardofavierdubois.blogspot.com/
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